«Balls to the Wall»: Para la gente y por la gente
Por Claudio Miranda
Foto Rodrigo Damiani @SonidosOcultos
“Dedicamos este trabajo a toda la gente de este mundo, a una mayoría desconocida que tiene los mismos problemas, los mismos sueños y los mismos derechos que tú o yo”. Así rezaba el texto impreso en la contraportada del vinilo «Balls To The Wall» (1983), el quinto largaduración de Accept, por lejos la banda más importante del heavy metal alemán. Posiblemente, la única banda no británica con méritos para completar el podio integrado por los sempiternos Judas Priest y Iron Maiden, siempre que hablemos del heavy metal de los ’80s, el de la tradición y su etapa dorada. Nombres fijos por la huella que dejaron con sus respectivas identidades, todos definiendo el estilo desde la personalidad y el impulso. Cuando el heavy metal se convirtió en un fenómeno global.
El texto en cuestión no fue puesto al azar. De hecho, y por muy insólito que parezca hoy después de 40 años, los sectores con mentalidad retrógrada en el mundo -sobretodo en EE.UU- pusieron el grito en el cielo y le achacaron al disco una supuesta promoción de la homosexualidad. Tal cual, desde la imagen sadomasoquista en la portada, hasta el contenido de su repertorio. Una imagen provocativa, pero que en realidad dejaba en claro dos principios elementales: la estética «cuero-tachas» del verdadero heavy metal, y un contenido sonoro que proyectaba la descomunal energía que Accept le inyectaba al género. En cuanto a las letras, el pseudónimo «Deaffy» que aparece en los créditos fue el que adoptó Gaby Hauke, la mánager y esposa del guitarrista y líder Wolf Hoffmann. Letras que el cantante Udo Dirkschneider, el «pequeño gigante alemán», entonaría con su inconfundible distintivo gutural. No se puede entender el auge del thrash metal en Alemania sin Accept, a todo esto.
«Balls to the Wall», el disco, arranca con «Balls to the Wall», la canción. Un mensaje que denota el interés por la política y los derechos humanos. Las coincidencias no existen; Alemania en esos años estaba dividida en dos bloques, con el Muro de Berlín simbolizando uno de los períodos más turbulentos en la historia mundial. Accept, al igual que sus compatriotas de Scorpions, anhelan convertirse en músicos para escapar de aquella realidad agreste, pero a su manera. Tocando un heavy metal de temple sólido y marcial, siempre en plan de ataque, con un murallón de riffs asesinos y solos de guitarra con influencia clásica. Pero a nivel de letras, y así como en sus producciones anteriores estaban enfocadas en los tópicos hoy comunes dentro del género, «Balls to the Wall» expuso la honestidad de una agrupación que tenía algo que decir. No era solamente compartir el mismo ecosistema que Priest o Maiden, sino marcar la diferencia apelando a lo que ocurre en un mundo donde los oprimidos deben lidiar con la represión y el poder de unos pocos. El heavy metal, en pocas palabras, es música de la gente y para la gente.
Solamente enfocándonos en el track titular, «Balls to the Wall» lo tiene todo, y no solamente un riff principal destinado a la inmortalidad. Los coros en modo «ejército alemán», el ritmo de marcha militar a la velocidad necesaria para descargar todo su arsenal de metal puro. Una letra que Udo canta como un defensor de los derechos humanos que incentiva a la resistencia de una mayoría contra la dictadura del verdadero enemigo. Algo que en Chile al menos sabemos de qué se trata, al punto de haberlo vivido durante 17 años. «Demasiados esclavos en este mundo, mueren por tortura y dolor / Creen que los esclavos siempre pierden, y este miedo los mantiene abajo». Oprimido y opresor cara a cara, un retrato de las sociedades que se rigen bajo el poder totalitario, sea de derecha o de izquierda. Hasta que los oprimidos deciden romper sus cadenas, para lanzar esferas de hierro contra el muro del poder. Y por muy cliché que suene, el recordado videoclip de esta canción es claro respecto a la importancia del heavy metal, la música en tiempos de crisis y represión.
«Balls To The Wall», la canción, resume la esencia de «Balls To The Wall», el disco que le valió a Accept inscribir su nombre en el mapa del rock en el mundo. Había algo que decir, algo que denunciar cuando la necesidad y la injusticia apremian. «Un día los torturados se levantarán y se rebelarán contra el mal / Te harán beber tu sangre y te harán pedazos». Una constante en la historia del mundo, tanto en al revisión de acontecimientos como la Revolución Francesa como prediciendo entonces lo que será la caída del Muro de Berlín (1990, 7 años después del lanzamiento del disco). Porque si algo está probado en la historia, es que no hay nada más peligroso que una masa que sufre la represión y termina explotando como una olla a presión. Es el resultado de la injusticia y las políticas dictatoriales. Lo que ocurre en Venezuela, ahora en EE.UU. con la nueva llegada de Donald Trump, las políticas trastocadas de Javier Milei en Argentina. Ejemplos actuales, quizás no muy distintos a las dictaduras latinoamericanas durante los 70s-80s, salvo en la forma en que llegaron al poder.
En alguna siguiente ocasión le dedicaremos más tiempo al disco por completo. Lo cierto es que cuando el heavy metal abrazaba la fantasía, lo provocativo, la literatura, los cómics y la ciencia ficción, Accept se sacó un himno de lucha y resistencia para la gente y por la gente. Puede que parezca imposible o una utopía, pero si algo nos gusta del heavy metal, es que nos permite asegurarnos de que algún día los marginales de los marginales, en Chile y el mundo, romperemos las cadenas que nos atan y haremos explotar una bomba en el culo de todos. Recién ahí veremos la señal de nuestra victoria.
«Live At the Opera»: Cuando el black metal también podía ser Verdi
Por Claudio Miranda.
El camino de Satyricon ha estado marcado por la evolución. Ya sea para gusto de muchos o disgusto de quienes sostienen que el black metal tiene sus fronteras definidas. En el caso del dúo conformado por Satyr y Frost, todo lo concebido a partir del angular «Nemesis Divina» (1996) responde a las inquietudes de una agrupación que jamás descansó en una fórmula ganadora. Y es con una tirada de álbumes de alta factura como «Now, Diabolical» (2002), «Volcano» (2006) y el rompedor «The Age of Nero» (2008), era evidente que Satyricon, una banda seminal en el auge del black metal nórdico durante los ’90s, apuntaba hacia el viaje como una forma de hacer las cosas, mucho más que llegar a puerto. Un sentido de viaje y exploración que va de la mano con una firma tan reconocible como sideral en su objetivo. Una forma de probar los límites en un estilo que normalmente se guarda en sus propios dominios. Todo reforzado con la arrogancia propia del talento y lo que es capaz de decir dentro de su espectro.
La distinción y altivez que los nórdicos profesan sin empacho a nivel de producción discográfica, en el directo se traduce a un espectáculo retumbante. La forma en que un catálogo en estudio grita y prevalece en vivo, es lo que le da un toque único a Satyricon, incluso llamando la atención de quienes no están muy conectados con el género black metal, pero que ven en los de Oslo algo diferente e inclasificable. Y si acaso existe algún registro de tamaño despliegue de categoría y grandeza en todo su esplendor, «Live at the Opera» (2015) cumple con todo lo que un melómano busca hasta el último surco.
Empecemos por mencionar que «Live at the Opera» fue grabado un 8 de septiembre de 2013. Es decir, tan solo un día antes del lanzamiento oficial del álbum homónimo, del cual se incluye 6 cortes en el repertorio. No es un detalle al azar, sino que refleja el extraordinario momento creativo de una banda que se las arregla para unir mundos tan distintos como parecidos entre sí. Y la presentación con el Coro de la Ópera y Ballet de Noruega es el momento idóneo para desenrollar lo que entonces era un presente fulguroso, aunque divisivo en una fanaticada que se nubla con tamaña demostración de poder y ambición.
Desde el arranque con «Voice of the Shadows», podemos notar el factor clave de Satyricon en su forma más pura. Una muestra de destreza y altura reflejada en la presencia imponente de Satyr y Frost en sus respectivos puestos. La frialdad suficiente para definir y encarnar los principios de su orientación camaleónica. Y la participación del Coro de la Orquesta de Noruega, lo que en otros casos habría sido un alarde o un lujo de consagrados, resiste y encaja de manera natural en el ADN de una banda que se mueve en el metal extremo como un impulso para ir hacia donde pocos se atreven.
«Now, Diabolical», «Repinted Bastard Nation» y «Die by My Hand», son solamente algunas muestras de cómo la fusión entre el bestiario del ruido y la elegancia clásica se manifiesta como la creación de un mundo distinto en su propia matriz. No es casualidad que los tracks mencionados correspondan a los títulos más destacados de su catálogo, en los cuales Satyricon ya nos avisaba que lo suyo rompía con cualquier molde preconcebido en el género que lo vio nacer. Y es que el dramatismo que le suma el Coro de la Orquesta nos sumerge en la banda sonora de un mundo tan fascinante como terrorífico. Como ocurre en «Phoenix», donde la participación del cantautor Sivert Høyem, en un pasaje donde predomina la angustia, le da a la música un espacio de luz necesario para resurgir desde el fondo para emprender aunque sea el último vuelo.
Otra muestra de la importancia de «Live at the Opera» como espejo de una rúbrica sin precedentes, es «To the Mountains». Original del fundamental «Now, Diabolical», su inclusión en el set responde al detonante de la idea que tuvo Satyr al entablar el encuentro ¿impensado? entre el mundo clásico y la metralla extrema. Lo que nació un par de años antes como un evento cerrado en la sala principal del Coro de la Opera, fue el nacimiento de un espectáculo destinado a ser un registro testimonial de hasta dónde lo que nació al alero de la oleada nórdica en el amanecer de los ’90s hoy sería mucho más que todo lo posible de pensar. Y no es de extrañar que en el orden del set, «To the Mountains» logre un carácter definitorio. De igual forma en que la más antigua «Mother North», con el público entregado a esas alturas -incluso ‘peleándole’ protagonismo al Coro de la Orquesta-, cobra un brío de novedad que la hace gigante y atemporal.
Como toda idea nueva, sea ayer u hoy, «Live at the Opera» fue una apuesta. Perfectamente se pudo extraviar la fiereza de su inconfundible estilo, al menos en otros casos donde importó más el ropaje que el propósito. Todo lo contrario ocurrió en el caso de Satyricon, donde las 55 voces del Coro intervienen para potenciar la voz de Satyr y brindarle a la música una bruma de dramatismo que hace de cada pasaje un momento determinante. Todo esto es lo que resulta de la convivencia entre dos sonidos quizás muy distintos el uno del otro, pero que logran unir fuerzas e ideas en favor de la celebración.
Si bien fue registrado en 2015, hubo que esperar un par de años para que Live at the Opera viera la luz -o la oscuridad, más bien- en formato audio y video. Una decisión inteligente, aprovechando el impacto que obtuvo la placa homónima. Incluso la idea de excluir material de sus primeros dos álbumes, a pesar de que los puristas arrugaron la nariz como si se tratara de una negación, te dice bastante de lo que realmente hace grande y único a Satyricon respecto a otros que decidieron aferrarse a una fórmula ya probada. Y la postal de los 55 cantantes del Coro de la Orquesta Nacional a espaldas de la banda, te resume en una imagen la fuerza descomunal de una propuesta que se vale por sí misma haciendo cosas impensadas en su género. Si el black metal adquiere en esos momentos la misma estatura de las composiciones de Giuseppe Verdi, es porque las bandas como Satyricon aspiran a alcanzar dicha altura.
Haggard, el regreso del misticismo sinfónico
Por: Meryth
A poco más de un año de una presentación a casa llena de Haggard en Club Blondie, se anuncia el regreso del ensamble alemán de músicos los cuales mantienen una relación afectiva especial por nuestro país. Tras 14 años de espera, la agrupación dio vida propia al Club Blondie con un show de casi 3 horas.
Es que escuchar a Haggard en vivo es una experiencia inigualable; cada uno de sus músicos se destaca por la prolijidad en el sonido de su instrumento, pero además se encargan de hacer un espectáculo por sí mismos. Las cuerdas se levantan y los doctos bailan con ellas a lo largo de la tarima animando a los fanáticos en todo momento, repartiendo carisma en cada nota. Un conjunto que incluya flauta, cello, contrabajo, piano, guitarras eléctricas y voces que incluyen la dulzura soprano de Janika Groß y la potencia de los graves de Asis Nasseri, es un lujo que pocas agrupaciones pueden darse en el mundo.
Y si hablamos de su discografía, se podría pensar que 3 horas de espectáculo para solo 4 álbumes de estudio es demasiado, pero temas como “Awaking the Centuries” (9:30 min),“In a Pale Moon's Shadow” (9:38 min) y “Upon Fallen Autumn Leaves” (6:40 min) se merecen ser tocadas de principio a fin y los alemanes no escatiman en tiempo para entregar calidad. Haggard se encarga de transmitir pasión a través de sus canciones que contemplan toda su discografía, lo cual es un bien preciado por los fanáticos; incluso hace un año atrás tocaron el himno nacional de Chile. Toda una experiencia.
Razones para no perderse a Haggard en vivo hay millones, un setlist de más de 15 temas que nadan entre sus discos And Thou Shalt Trust… the Seer (1997), Awaking the Centuries (2000), Eppur si muove (2004) y Tales of Ithiria (2008) el cual incluye “Hijo de la Luna”(cover de Mecano) que siempre es coreado a todo pulmón; un ensamble de músicos de primer nivel cuya soberanía sobre el escenario hacen que cada tema sea una experiencia por si sola y por sobre todo la cercanía que Asis Nasseri mantiene con sus fieles seguidores que acompañan a la banda desde su creación hace más de 30 años atrás. Una rosa por músico lanzadas al público en forma de agradecimiento, es solo una pequeña muestra de humildad y amor que entrega Haggard hacia quienes viven la travesía medieval junto a ellos.
Haggard se presenta el jueves 7 de noviembre en Club Blondie gracias a Atenea Producciones y las entradas están disponibles a través del sistema Eventrid.
(https://www.eventrid.cl/eventos/atenea/haggard-en-chile-2024)
Sinead O’Connor, rebelde con causa
Después de algunas fintas, en julio pasado se apagó la artista irlandesa que a principio de la década de los noventa tocó el cielo con las manos y se sentó sobre él. Desde ese pináculo realizó una denuncia que le costó ser exiliada de la industria musical. Fue expulsada, pero no callada.
A fines de julio de 2023, específicamente el día 26, fue encontrado en Londres el cuerpo sin vida de una mujer. Este no es un guiño a la colosal novela “2666” de Roberto Bolaño. Es información pura y dura: el 26 de julio se reportó del hallazgo del cuerpo sin vida de una mujer de 56 años en un departamento en Londres. No presentaba signos de violencia u otros detalles que dieran más luces de la causa del deceso. A diferencia de la novela de Bolaño, en donde algunos cuerpos eran encontrados en malas condiciones, con claros signos de las causas de la muerte y otros en los que el forense trabajaba horas extra para identificar los motivos de la muerte de los cuerpos, encontrados por montones en el poblado de Santa Teresa, México. En cambio, en Londres, Inglaterra, el cuerpo fue identificado de inmediato: era el de Sinead O’Connor.
Sinead O’Connor, la menuda cantante irlandesa que a finales de los ochenta y principios de los noventa no solo tocó el cielo con las manos, sino que tuvo la desfachatez de sentarse en él, era encontrada muerta. Duro mazazo. No sólo para sus compatriotas sino también para miles de miles de seguidores desperdigados por todo el mundo. Sin rasgos de suicidio, O’Connor, una artista sin parangón, decía adiós de manera silenciosa, tal como fueron sus últimos años (dejando de lado una que otra polémica que le atribuían cada cierto tiempo).
¿A su imagen y semejanza? Oh, no
Sinéad Marie Bernadette O’Connor nació el 8 de diciembre de 1966 en Dublín. Aunque parezca apenas una superflua e ínfima coincidencia, O´Connor nació el día que el mundo católico conmemora a la Virgen María, mujer que estuvo libre del pecado original desde el primer momento de su concepción por los méritos de su hijo Jesús, el hijo de Dios, según predica la religión católica. Con esto no quiero plantear que O´Connor era una Virgen o estaba libre de pecado (nadie lo está, de hecho), pero sí es curioso que justo ella, que lo pasó tan mal por culpa de los sacerdotes, el entorno y educación católica, etc, haya nacido en esa fecha.
Cuando era niña, O’Connor sufrió abusos por parte de su madre, la que, según O’Connor, nunca quiso tener una hija. “Ella tenía algo sobre querer que yo fuera un niño. Ella no quería niñas”, reveló a The Guardian el año 2021. Esa entrevista la concedió en el contexto del lanzamiento de sus memorias tituladas “Rememberings”. En ese libro, ella hizo un barrido relatando esas traumáticas experiencias de su vida, infancia incluida, por cierto. Ahí por ejemplo quedó en manifiesto que la relación con su madre siempre fue mala, hasta la muerte de esta en el año 1985 en un accidente automovilístico. Según O’Connor, su madre se veía reflejada en ella, razón por la cual fue el blanco de sus ataques. Además, el parecido físico entre ambas era evidente por lo que la hija buscó parecerse lo menos posible a la madre. El raparse el pelo respondió, entre otras razones, a aquella búsqueda de alejarse lo más posible de la imagen materna. «Sí. Creo que por eso sigo rapándome la cabeza, porque si tengo pelo me parezco más a ella y no me gusta verla en el espejo”, confesó a The Guardian en 2021.
A pesar de querer parecerse lo menos posible a su madre, O’Connor “heredó” de ella el ser cleptómana. “Yo también me convertí en un cleptómano. Mi padre me llevó de vacaciones con el resto de los niños cuando tenía 13 o 14 años y robé una alfombra de la habitación del hotel. Robaría mierda por robarla”. Tomaba cosas de las tiendas por encargo para sus compañeros de escuela. El joven O’Connor era un velocista talentoso; se ponía la ropa que quería robar, caminaba hacia la salida y luego corría. A la edad de 14 años, la atraparon robando un par de zapatos dorados para un compañero y la enviaron a un reformatorio dirigido por monjas”, manifestó a The Guardian (2021). Todos estos sucesos moldearon la personalidad de la adolescente O’Connor.
Debido a sus robos, O’Connor fue recluida en el Centro de Capacitación Grianán dirigido por las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad, el “reformatorio dirigido por monjas” donde O’Connor cree que se salvó de caer en el foso para siempre. Si caía de seguro nunca volvería a salir. Pero la directora del “reformatorio” tenía otros planes en mente. “La monja que dirigía el lugar me consiguió mi primera guitarra y un profesor de guitarra. Yo siempre digo, si vives con el diablo, descubres que hay un dios”, dijo a The Telegraph el año 2014, conversación archivada y ahora reflotada tras su muerte.
Y así fue. La cercanía que siempre sintió con la música se comenzaría a hacer realidad. De hecho, cuando niña y según propia confesión, experimentó un sentido revelador de la música como una manifestación del Espíritu Santo, escuchando melodías al ritmo de sus pasos resonando en un callejón. “Tenía cuatro años y, a partir de ese día, cada vez que escuchaba ritmo, ya fuera el repiqueteo de un tren o el roce de los muslos de las mujeres con las medias al caminar, escuchaba música. Todavía no puedo dormir con un reloj en la habitación porque escucho canciones”, dijo a The Telegraph (2014). Su carrera entraba en la pista y se alistaba para despegar. A la runway, dirían los ingleses.
A ella le interesaba la música y los escenarios. Pero la industria quería eso y más. Antes del lanzamiento de su disco debut, el audaz y original “The Lion and the Cobra” de 1987, a O’Connor la quisieron moldear a “imagen y semejanza” de los estereotipos de la industria. “Me invitaron a almorzar y dijeron que les gustaría que comenzara a usar faldas cortas y botas, que me dejara el cabello largo y que hiciera todo lo relacionado con las chicas. Lo que estaban describiendo era en realidad a sus amantes. Señalé eso, que no se lo tomaron muy bien. Así que fui a ver a un peluquero griego en Westbourne Grove, solo un chico joven, y él no quería hacerlo, casi estaba llorando. Estaba encantada con eso. No encajo necesariamente en los moldes en los que se supone que encajan las mujeres. Soy algo irregular. Mi propio cabello es rebelde. Es un desastre. Me siento más como yo con el pelo afeitado”, reveló a The Telegraph en el año 2014.
En 1990 se lanzó el megaventas “I Do Not Want What I Haven’t Got” que incluía su mayor hit, “Nothing Compares 2 U», canción compuesta por Prince. La interpretación de O’Connor llevó la canción a romper límites insospechados de popularidad y a posicionarla en el último escalón de aquella escalera al cielo con que sueñan muchos artistas. Razones había, y de sobra, para lograr lo que logró: fuerza, delicadeza, emoción, todo entrelazado de manera magistral por O’Connor. La versión en estudio es buena, pero la versión en vivo de 1990 es mejor. De todas maneras, otro de los hit del álbum, “The Emperor’s New Clothes”, pudo brillar con luces propias pese al huracán que fue “Nothing Compares…”. La carrera no sólo había despegado, había llegado a alturas inimaginables.
1992, año crucial
En el año 1992 -en el apogeo máximo de su carrera- O’Connor se presentó en el programa Saturday Night Live. Tras cantar a capella la canción “War” de Bob Marley (uno de sus artistas favoritos, según propias confesiones), procedió a destrozar una foto del entonces Papa Juan Pablo II, declamando, en el acto, “lucha contra el verdadero enemigo”. Con esta osadía cumplió con su misión de denunciar los abusos y maltratos de niños por parte de sacerdotes y miembros de la Iglesia Católica. Lo hizo apostando todo su capital artístico, incalculable en ese momento, y corriendo un riesgo que muchos con las mismas opciones y tribuna prefirieron callar, en beneficio de sus carreras. Ella no tembló y realizó una jugada en extremo temeraria para la época que le trajo como castigo el ser excomulgada de la industria musical. Basta con decir que ella no mintió, denunciando una realidad que algunos años después salió a la luz dándole la razón al punto que el Papa Benedicto XVI pidió perdón unos años después. Y tampoco está demás agregar que Irlanda es uno de los países en que más abusos se reportaron, siendo una de las iglesias más involucradas en actos de esta naturaleza, antecedente que sustenta, en parte, tamaña movida de O’Connor. En sus memorias, reconoció que “mi intención fue siempre romper la foto del Papa que tenía mi mamá. Representaba las mentiras, los mentirosos y el abuso (…) No sabía dónde, cuándo o cómo lo haría, pero la rompería cuando llegara el momento justo. Y con eso en mente, la llevé cuidadosamente conmigo a todas partes desde entonces. Porque a nadie nunca le importaron una mierda los niños de Irlanda”, escribió. Una rebelde con causa.
En fin, un acto que buscaba denunciar una injusticia terminó por sepultar su status frente a los jerarcas de la industria musical. Sin embargo, ese camino a ella le acomodó, ya que nunca se sintió a gusto en ese ambiente. A pesar de todo, editó la no despreciable cifra de 10 álbumes. “Nunca quise ser una estrella del pop. Estaba en la música porque tenía que recuperarme, tenía que sacar toda la mierda de mi pecho. Los artistas que amaba, que crecieron en los setenta, eran muy íntimos, escribían sobre emociones dolorosas”, afirmó a The Telegraph (2014). Continuó: “John Lennon fue un gran modelo a seguir, esa es la primera música que recuerdo haber escuchado, cuando me cambiaban el pañal. Y yo adoraba a Bob Dylan, no esconde las partes desagradables de sí mismo. Lo que cambió la trama para mí fue escuchar Idiot Wind, fue como, Dios mío, la música es un lugar seguro donde puedes poner todas las cosas que no puedes decir en ningún otro lado. Significaba que no tenía que ser agradable en las canciones, podía estar enojado, podía ser… lo que sea. La verdad es que llevaba tanto dolor que no podrías haberlo soportado sin sacarlo. Y no hay mejor manera que correr alrededor del mundo, gritando por un micrófono”, apuntó.
La música era su móvil, daba lo mismo si estaba sentada, en sentido figurado, en el cielo o en el suelo. Y aquí entra a jugar otro factor: la fe. Pese a todas sus experiencias, sus vaivenes emocionales, sus altibajos, sus matrimonios fallidos, sus cuatro hijos de cuatro padres diferentes, O’Connor nunca perdió la fe. Si bien no profesó la religión católica si fue cristiana, abrazando al Islam. En la entrevista en The Guardian de 2021 entregó sus motivos. “Lo que me gusta del Islam es que es antirreligioso. De la misma manera que Jesús fue una figura militantemente antirreligiosa, Alá está diciendo que la gente no debe adorar nada más que a Dios. Lo peor que le ha pasado a Dios es la religión. El Islam es la religión más vilipendiada de la Tierra porque tiene las verdades que harían que no adoraras el dinero, que no robarías, que serías bueno con tus hermanos y hermanas, que serías amable”, expresó.
Si bien la fe fue el pilar que la mantuvo en pie hasta el último minuto, la pérdida de uno de sus hijos, Shane, quien se suicidó a los 17 años en 2022, fue un golpe que no pudo superar. Ella se miraba al espejo y no veía a su madre, tal como se lo propuso, sino que tenía muy claro lo que veía, sin eufemismos ni sutilezas. “Soy una sobreviviente de abuso en recuperación y es el trabajo de una vida. No es como si renacieras o algo así (…)”, confesaba a The Guardian (2021).
Así fue hasta el último día, hasta ese 26 de julio, cuando encontraron el cuerpo de una mujer menuda, de vestimenta sencilla, que no presentaba rasgos de violencia u otra manifestación que llevara a sospechas. «La policía recibió una llamada a las 11:18 horas del miércoles 26 de julio en la que se informaba de una mujer que no reaccionaba en una dirección residencial de la zona SE24», informó la policía. Por desgracia, no es una referencia a Bolaño.
Criminal y «Victimized»: El nuevo (des)orden
Por Claudio Miranda.
«Un álbum inteligente, de canciones más allá del simple ejercicio de metal agresivo. Puedes recordar sus riffs más importantes». La frase es propiedad de José Joaquín Vallejo, baterista fundador de Criminal y elemento vital durante el primer ciclo de la banda. Puede que la opinión venga muy de cerca y, por ende, algún escéptico arrugue la nariz. Pero son muy pocas las opiniones que definen la esencia de una producción discográfica con lo justo y preciso en palabras y adjetivos. Y en el caso de Victimized, la frase de Vallejo corrobora a la perfección el valor de un capítulo angular y obligatorio en el desarrollo del metal en nuestro país.
Por esos días, Criminal era «la nueva banda de Anton Reisenegger». Formados en 1991 tras la disolución de Pentagram y el breve ciclo de «Fallout», bastó un recorrido de tres años, un acto en vivo que ya daba que hablar en el entonces precario circuito metalero, al punto de que su show de apertura de la mítica primera vez de Kreator en Chile (1992, ex Estadio Chile) determinó lo que sería su primer gran objetivo dos años después. Y puede que a estas alturas suene redundante, pero la militancia de Reisenegger en el metal chileno desde esas doctrinarias maratones de thrash metal en el Manuel Plaza, siempre al frente de Pentagram, para el amanecer de los ’90s se traducía en un proyecto que hacía las cosas de manera profesional. Un nivel que apuntaba hacia una meta que, al menos en esos años, se veía brutalmente lejana a las fuerzas imperiales del Hemisferio Norte del Globo.
Por supuesto, el teloneo a la banda más grande del thrash alemán fue solo uno de esos hitos que pavimentan destinos. Y es que no se puede entender el recorrido de Criminal sin 1992; el año en que fueron editados sus dos demos. El primero, un cassette con tres canciones y una portada con un pentagrama… irónico pero efectivo. Mientras que el segundo, titulado «Forked», ya daba una idea más clara de lo que sería su propuesta en un largaduración. No olvidar que en esos tiempos, los demos tenían un objetivo promocional y sus destinatarios eran los sellos discográficos. Y ante la negativa o nula respuesta de éstos, pasaron a ser un producto a distribuir en tiendas. De ahí, en palabras de Anton, la cuidadosa producción visual. Un tema de dedicación y autogestión con actitud profesional. Algo muy poco usual en esos tiempos de carátulas de imagen paupérrima y productos de apariencia calamitosa circulando en tiendas de discos.
Como sus propios creadores admiten hoy, el rol del productor y mánager José Luis Corral fue decisivo. Más allá de los demos editados, incluso más atrás con Pentagram, ninguno de los cuatro integrantes de Criminal había grabado un LP, cero experiencia en una grabación profesional. Corral, «el 5to Criminal» como será definido más tarde su papel en esos años formativos, es un ingeniero y productor musical cuyo CV incluye a Dorso -«Bajo una Luna Cámbrica», y su trabajo en el legendario estudio REC es materia de estudio para comprender el desarrollo del género en una época marcada por la constancia y el pulso. De esta forma, se concreta el sueño del álbum debut, un objetivo que Anton Reisenegger vio frustrarse por diversas razones -con Pentagram iba a firmar con el sello brasileño Cogumelo, el mismo de Sepultura, y quedó en nada- y un tema pendiente que ya estaba por resolver durante ese fructífero ’94.
«Victimized» fue editado en 1994, un año especial en la historia ‘reciente’ de Chile. Se destapa el caso Codelco, por lejos el mayor escándalo de fraude que se recuerde de aquella década. Eduardo Frei Ruiz-Tagle, hijo del fallecido ex presidente Eduardo Frei Montalva, asume el Primer Mandato de la República, el segundo tras el «retorno» a la democracia, luego de 17 años de oscurantismo y represión en dictadura. El Padre Alberto Hurtado es beatificado en Roma, para ser declarado ‘santo’ en 2005. El cine chileno vive su auge con el estreno de «Amnesia«, la cuarta película del director Gonzalo Justiniano y con el trauma de la dictadura llevado a la pantalla grande. Y en el deporte (fútbol, para ser específicos), Universidad de Chile desata un nuevo fenómeno social al ganar el título del fútbol chileno después de 25 años de sequía. «Grandes como fue el Ballet».
En la música, el país se viste de luto por la trágica muerte de Andrés Bobe, músico y fundador del grupo La Ley. Por otro lado, el festival Monsters of Rock, realizado en la estación Mapocho, destaca por las actuaciones estelares de Kiss -su último lustro antes de volver al maquillaje-, Black Sabbath -con Tony Martin y tres cuartos de su formación original- y Slayer con Tom Araya obteniendo recepción de héroe. Y con toda razón.
En un país que nuevamente veía la luz tras la oscuridad -incluso a pesar de que cierto personaje aun se escudaba en su poder como «general»-, una placa como «Victimized» no pudo ser más oportuna respecto a su contexto, los 10 tracks que arman «Victimized» parecen sonorizar el aire chileno de esos días. Un Chile que aún era visto como un lugar exótico, aislado del resto del mundo cual pueblo perdido en el Viejo Oeste, como en las películas de Sergio Leone. De ahí la inteligencia que se le achaca al disco en su totalidad, al punto de proyectar una personalidad inclasificable e intimidante en cualquier cancha.
El implacable golpeteo de batería que abre «Self Destruction», denota sin vueltas el entendimiento que Criminal profesa con determinación. Las guitarras de Anton y Rodrigo Contreras se entienden con precisión quirúrgica, con el segundo disparando solos de alta factura. Como será a lo largo de la discografía de Criminal, la guitarra de Anton será el centro gravitacional en el apaleo sónico, adjunto a un despliegue vocal que encontraría recién en el definitivo «Dead Soul» (1997) su marca registrada. De lleno en el track de apertura, hay una hermandad entre el conocimiento y la disposición que desemboca en un coro de esos que se entonan con rabia hasta romper la voz. Eso es Criminal en su primera estación: rabia canalizada con un intelecto de otra liga.
El thrash-grooveado de «Under My Skin» nos permite ver el cuadro completo. José Joaquín Vallejo en batería y el querido José Francisco Cueto, ambos forman una base rítmica que defiende y ataca en una misma trinchera. Y el manejo de recursos por parte de los cuatro juntos, deriva en una muestra de envergadura que pocos se pensaba posible en el Sur del Mundo. Igual que en la siguiente «Worse», cuyo groove a la usanza de Pantera y White Zombie funciona gracias al propósito que le da Criminal como una forma de hacer las cosas sin aferrarse a un nicho o un subgénero.
Qué poco valorado es «Downwards», un corte quizás de muy bajo perfil respecto a sus hermanos en el redondo. Una sección pesada, con Anton desgañitandola voz hasta dejar el último aliento en cada verso. Y otra sección derechamente speed-thrash con quiebres rítmicos que hoy conforman un estándar obligatorio. Hasta sería acertado afirmar que es aquí donde aprovechamos de tomar un poco de aire antes del patadón en la cara que es «Pressure». Criminal, al igual que los entonces imperiales Sepultura, no reniega del thrash ni se despegan del death metal tan en boga en esos ’90s que no te contaron. Más bien, toman lo mejor de ambos géneros y componen una firma que basa su autoridad en cómo suenan, en lo que Anton grita y canta. Y, por supuesto, en la diferencia que marca en un género muchas veces aferrado al prejuicio.
Si alguien se pregunta porqué el aporte de Cato a la maquinaria de Criminal es fundamental, la empezada de «New Disorder» te responde de manera inmediata y sin pero que valga. Recordemos que Cato es un fan acérrimo de Judas Priest. Pensemos en Ian Hill, un bajista que ejerce de pívot en las bajas frecuencias, lo que le da a las guitarras un doble impulso. Y tal como su colega e ídolo inglés, Cato posee la fuerza que implica afirmar tamaño peso. Por eso es que tan importante como la letra, es la garra que «New Disorder» reluce con actitud triunfante. La forma en que su concepto le aforra el puñetazo correspondiente al poder de turno. Por algo funciona y suena igual de aplastante y supremo, sea en 1994, 2009 o 2024. Y un favorito fijo en el directo.
Con qué lucidez «Gusano» hace daño y llama la atención por un detalle particular: título en español y letra en inglés. Jugada maestra, en favor del lo que se puede decir con lo mínimo. La importancia del idioma en su contexto; ¿habría tenido el mismo efecto si en vez de «Gusano» se llamaba «worm»? Probablemente no, al menos en esta parte del mundo. En el aspecto sonoro y musical, un pasaje donde el thrash de Forbidden y Violence se encuentra cara a cara con la movida refrescante de Machine Head y la oleada de bandas que Pantera marcó en el amanecer del ’90. Por cierto, el martilleo descomunal en los tarros, al inicio y fin de «Gusano», es un sello que tanto José Joaquin Vallejo como Jimmy Ponce y quienes vinieron después preservaron como distintivo en la batería de Criminal.
Hablamos muy poco de Rodrigo Contreras en la guitarra líder. Y si bien su desempeño en todo «Victimized» es brillante, el solo que se manda pasado el primer minuto de «Crucified», tras el primer coro, llega con una metralla de melodía que emula a próceres como Kirk Hammett. Igual que en la sección pasados los 2 minutos y medio, donde se basta en lo justo en virtuosismo y el máximo en pelotas. Clavando todo en el ángulo.donde todo se cimenta en los riffs.
Posiblemente respirando y mirando hacia las mismas latitudes que Sepultura y los argentinos A.N.I.M.A.L., Criminal incorporaba elementos de White Zombie, Prong, Helmet, incluso Ministry. «Psychopath» tiene todos los elementos propios de una banda que potencia la agresión con riffs de efectividad letal y el uso acertado de samples en su justa dosis, y todo en el espacio indicado. Y abrochando el álbum, la clásica «Stillborn», en una línea muy death metal vieja escuela. Si en todo el disco las guitarras del binomio Reisenegger-Contreras están soberbias, acá las toneladas de armonías se chorrean y arden como lava arrasando con todo a su paso. Mientras que Cato en el bajo y Vallejo en la batería lucen intercalando solidez, versatilidad e ingenio. Y mucha fuerza, lo que requiere tocar esta música que en su tiempo era algo imposible de concebir a menos que viniera de afuera. Al menos hasta hace 30 años.
A Criminal le fue bien con su primer capítulo. Hubo reconocimiento, incluso desde afuera gracias a MTV y los singles de difusión «Self Destruction» y «New Disorder». No podemos dejar de resaltar la variedad de pasajes y texturas que hacen de «Stillborn» una obra maestra en sí. Incluso un sello de renombre como BMG -el disco fue originalmente editado por el extinto sello Inferno- ve en Criminal una apuesta a ganador y reedita «Victimized» para potenciar su difusión en el mercado chileno y sudamericano, abarcando también Japón. La guinda de la torta: el acto de apertura para el histórico debut de Sepultura en suelo patrio, las dos noches en el Caupolicán. Casi nada.
Si bien «Dead Soul» terminaría por consagrar en oro la identidad de Criminal, «Victimized» es un deber. En poco más de 30 minutos de duración, el metal chileno escribió una página importante y su trascendencia fue más allá del terreno musical. En ese Chile post-dictadura que Criminal puso la primera piedra del Nuevo (Des)Orden. Todo a base de buenas canciones, un trabajo en escritura y producción que hizo escuela, y un propósito e integridad consistentes hasta hoy. Sin duda, una colección de canciones que nos refriega lo peor de lo nuestro, ayer y hoy.
Entre la medicina de Dios y lo teatral del dolor: el capítulo inaugural de The Mission y Christian Death
Por Claudio Miranda.
El alcance emocional del rock gótico y sus derivados, lo ha hecho un estilo que trasciende épocas y gustos personales. La inclinación hacia las emociones tenebrosas y el detonante creativo en los traumas de la niñez, transportan a sus seguidores a ciertos paisajes sonoros con el mínimo de luz. De ahí sus conceptos con significado abstracto y potente a la vez. Aunque, como suele ser en el caso de los próceres de todo género, hay nombres que se hicieron un lugar en base al impulso por traspasar su integridad a la música, sin descuidar en absoluto la atmósfera generada por dichas emociones.
El caso de The Mission (con el agregado ‘UK’ para sus giras en USA, por un tema de derechos de nombre con una banda estadounidense de R&B) y los americanos de Christian Death responde a la identidad que cada nombre forjó en su tiempo. Enmarcados en el movimiento gótico, pero con rasgos propios que los hace tan distintos y, al mismo tiempo, tan similares como pioneros. Y un factor que comparten prácticamente como si el destino los uniera en ese punto: ambos con un LP debut que terminó estableciendo las bases del género, desde sus respectivos balcones bajo las nubes del gran abismo.
Christian Death: «Only Theatre of Pain», ofrendas ardientes
Por un tema de antigüedad, «Only Theatre of Pain» (1982) es un disco obligatorio. Piedra angular de un estilo que sería denominado «death rock». Y es que tanto la prosa del desaparecido Rozz Williams (entonces con 18 años) como su voz llena de lamento, le dan sustancia a una placa que tomó lo que hacían entonces The Cure y Joy División en Inglaterra, para tatuar la lobreguez del sonido europeo a las calles de Los Angeles, California.
Pese a sus problemas en el proceso de escritura y grabación, con idas y venidas de integrantes, «Only Theatre of Pain» captura la visión enferma del fin de los tiempos. Una mirada que Rozz Williams (nacido y formado en una familia bautista) pulió en sus letras como tomando la escatología cristiana y sus postulados sobre el destino de la humanidad hacia su propio rincón de genialidad y martirio. De alguna forma, no sólo se nota su huella en el metal gótico (Celtic Frost, Danzig, Paradise Lost); no sería raro que Layne Staley se empapara en dicho álbum para perfeccionar el distintivo vocal que convirtió a Alice In Chains en la banda sonora de una generación torturada. Nada de raro que la movida grunge de Seattle en los 90s respirara el mismo fuego ardiente que Christian Death.
Tras la salida problemática del propio Williams (cometería suicidio en 1998, con 34 años), Valor Kand se haría del control creativo y Christian Death publicaría una tirada de discos de alta factura, siendo el más reciente «Evil Becomes Rule» (2022). Pero nunca más sonaría hermosamente provocador y religiosamente iconoclasta como «Only Theatre of Pain».
The Mission y «God’s Own Medicine»: «Yo aún creo en Dios…»
«…pero Dios ya no cree en mí». Así, con esa frase desoladora en el arranque de «Wasteland», inicia uno de los discos debut más apasionantes y pegadores de la década del ’80. Y es que The Mission, a lo largo de «God’s Own Medicine» (1986), te define una mirada quizás distinta y menos oscura, pero no por ello menos humana.
Tras sus salidas de The Sisters of Mercy, Wayne Hussey (voz y guitarra) y Craig Adams (bajo), se la jugaron por formar algo propio. Empezando por escribir canciones potentes, donde el amor y la pérdida confluyen en un torrente de catarsis, con todo la gracia y confianza de unos consagrados por mérito propio. En ese caudal también navegan por la hermandad celebrada: «Blood Brother», un homenaje extraordinario de Hussey a su amigo y «hermano» Ian Astbury, la voz-chamán de The Cult. Esa cuota de luz y energía que le daba calidez a un estilo que supuestamente ya no gozaba del mismo estatus que en el amanecer de los 80s, pero que aún preservaba su ecosistema antes de degradarse a la convención.
La categoría «grandes éxitos» de God’s Own Medicine, es su sello de jerarquía ante todo. «Wasteland», «Bridges Burning», «Blood Brother», la balada «Stay With Me» y la explosión definitiva de «Severina», son algunas de las gemas que definen el encanto del redondo en su totalidad. No se explica de otra forma que en 1986-87 el rock gótico generara un fenómeno de popularidad en Reino Unido, incluso traspasando el otro lado del charco con un éxito rotundo. No la mala crítica en USA fue obstáculo, pues The Mission, pese a todo, dio un golpe a la cátedra llevando la atmósfera gótica a un público entonces ajeno a la pérdida hecha música.
Si bien The Mission y Christian Death ya registran pasos anteriores por nuestro país, verlos juntos en el club Blondie este sábado 19 de octubre es un deber para los amantes del género. Sin duda, será una celebración para quienes reciben la medicina de Dios en el umbral del dolor expuesto.
Living Colour y «Vivid»: Carta abierta por un derecho de nacimiento
Por Claudio Miranda.
Cuatro tipos de color -todos músicos virtuosos- tocando hard rock (¿o heavy metal?). Todos vestidos con ropas vistosas, con mallas para ciclismo y zapatillas de baloncesto. Música con ropaje pop, supuestamente dirigida a un público mainstream, pero con letras repletas de contenido y sarcasmo filosos. Sir Mick Jagger -¿hay que presentarlo?, tras asistir a uno de shows en el mítico CBGB de New York, se nubla con su propuesta, al punto de conseguirles un contrato impensado con el sello Epic. No se quedaría en eso; dos canciones de su LP debut cuentan con su supervisión como productor, y su apadrinamiento culmina con algunas fechas abriendo la gira «Steel Wheels» de Sus Majestades Satánicas.
Living Colour no solamente obnubiló a la voz de los Rolling Stones. En plena fiebre del hard rock con ojos delineados y cabello escarmenado, los neoyorkinos tomaron algunos elementos musicales que sonorizaban el Sunset Strip de Los Angeles, y lo adaptaron a su propio distintivo. Hard rock, funk, pop, incluso jazz. Una firma ecléctica, tatuada a fuego en una producción que Ed Stasium hace sonar con lo que hoy es un bien escaso en los discos hoy: PERSONALIDAD. Y a Living Colour vaya que le sobraba, lo que explica tanto el apoyo de uno prócer del rock y la música popular del siglo XX, como el culto entre quienes abrazaron tamaña muestra de diversidad y mucha, pero mucha actitud.
Pero, ¿qué tiene Living Colour que los hace tan únicos, incluso dentro de la movida alternativa que Faith No More y los Red Hot Chili Peppers lideraron con un par de kilómetros de ventaja? De partida, el liderazgo de Vernon Reid, un virtuoso de las seis cuerdas muy en la línea de Van Halen, pero cuyo espíritu artístico respiraba el legado de Hendrix y Coltrane. Una voz flexible y cálida como la de Corey Glover, un cantante con rasgos pop-soul al estilo de Buddy Miles y Stevie Wonder, con disposición y gusto hacia el rock pesado y el punk, siempre cuando la música lo requiriera. Entre esos dos, a lo Jagger-Richards, Page-Plant, Tyler-Perry, cuál pareja histórica del rock, pasa la rúbrica de Living Colour y sus toneladas de groove con ropa hard-rockera. Y todo reforzado con una base rítmica de jerarquía imbatible: el bajista histórico Muzz Skillings (retirado desde 1995) y el baterista Will Calhoun. Ambos completando un cuadro que descolocó y fascinó a todos, mediante algo que habla mucho más que la pirotecnia o la clínica: las buenas canciones. Lo que Living Colour desborda a raudales, y todas dotadas de contenido, para ser chorreadas con mordacidad. Pura inteligencia.
Debemos constatar la importancia de sus primeros dos o tres discos. En especial «Vivid», un debut con categoría de «grandes éxitos» y, por paliza, el trabajo más importante de Living Colour, si no el mejor. Partiendo por su hit-single por excelencia, el que arranca el disco y terminó definiendo los destinos de una agrupación maravillosa. «Cult of Personality», la del discurso de Malcolm X y la posterior explosión guitarrera, con Vernon Reid dejando en claro al oyente a lo que va. Un himno con todas sus letras, y ante todo, una descripción sobre cómo idealizamos al poder de turno, de la vereda que sea. Un relato de cerrazón y estupidez humanas, reforzadas con una música energizante. Pegadiza, apasionante, capaz de derribar cualquier prejuicio en favor de su propia matriz de integridad. «Like Mussolini and Kennedy…», si piensas que tu dogma político te valida como persona al punto de cuestionar tamaña comparación, probablemente esta línea te haga arrugar la nariz. Y eso es rock n’ roll.
Como toda obra maestra por naturaleza, «Vivid» no se queda en impacto de su hit-single. «Hey kids!», brama Corey empezando «I Want to Know», un poco más calmada que su antecesora, pero no por ello menos ganchera y certera. Es cierto, la guitarra de Vernon porta la jineta, secundado por Corey en el elemento humano. Pero el bajo de Muzz defiende y ataca con precisión quirúrgica. Un bajista con ‘voz’ identifcable, gravitante tanto en el andamiaje rítmico como en el gusto melódico que Living Colour profesa desde el estómago y el talento. Respecto al segundo track del disco, hay una orientación pop que no empaña en absoluto el temple incisivo de Living Colour. Más bien, le da a la música una estatura que la vuelve atemporal y revitalizante. Igual que en la siguiente «Middle Man», cuyo riff principal parece sacada de algún exitazo de INXS pero cuya ubicación en el tracklist se justifica con todas las razones del mundo. Por cierto, el solo que se manda Vernon, cuánto dice con un par de notas y kilos de pelotas sin perder el hilo.
¿Por qué «Desperate People» nos recuerda a ratos a lo que entonces hacía Red Hot Chili Peppers? Porque ambos respiran la misma mezcla de heavy y funk que revitalizó al rock en una época abarrotada de clones de Van Halen. Pero ¡ojo!, esto no se entienda como una fórmula, sino como la necesidad de ambas bandas -y otras del mismo grupo de revoltosos del curso- por llevar el rock hacia algo distinto y reconocible a la vez. Y en ambos, el fanatismo por Stevie Wonder es genuino, de corazón ante todo.
Puede que «Cult of Personality» le valiera a Living Colour inscribir su nombre en el mapa del rock. Eso es un hecho imposible de cuestionar. Pero «Open Letter (To A Landlord)» exuda todo lo que debe tener una canción. Emoción, sutileza, una intro que más adelante se vuelve coro, ganando en intensidad. Una letra que perfectamente puede ser la descripción de tu entorno cotidiano, a menos que vivas en una burbuja. La guitarra de Vernon puede ser suave y cálida en la empezada, y en el entremedio puede ser cortante y machacona. Un Corey Glover cuya voz bien dotada tiene algo que decir, y lo dice. No es «mira lo bien que canto o toco mi instrumento», sino lo que puedes contar y transmitir. Hacia el final, Corey y los demás dejando la vida, con el sonido de un ferrocarril marcando el final. Un final agreste, con un dejo de tristeza después de todo ese despliegue de poder.
La arremetida de «Funny Vibe» nos devuelve el ánimo arriba, y mucho más. Bien rapeada, con Chuck D y Flavor Flav contribuyendo como unos más de la familia. Todos hermanos en una misma causa, probando al mundo que Van Halen también puede ser Public Enemy. Living Colour es eclecticismo puro, por el impulso de expresar una idea y plantarse frente al mundo como un grupo fuera de serie. Y no es casualidad que la pluralidad de su distintivo la haya heredado de Talking Heads, porque es cosa de tasar su versión de «Memories Can’t Wait» para cerciorarnos de dicha influencia. Más intensa que la original, pero mantiene incólume el concepto de estar atrapados en nuestros pensamientos. Encaja de manera natural en lo que Living Colour busca expresar, a lo largo de «Vivid», un cuestionamiento lógico -y mucho humor- hacia el poder y las creencias inculcadas. Lo dijimos unos párrafos más arriba, la inteligencia es el nexo natural entre Talking Heads y Living Colour. Y es lo que le da a ambos una chapa que trasciende más allá de una época, un movimiento o una etiqueta.
La melancolía destilada por «Broken Hearts», quizás parezca la nota disonante en un disco tan explosivo como inteligente. Pero termina encajando en la personalidad íntegra de una agrupación que no le teme a nada ni duda ante nada. El momento de introspección necesario -sublime lo que hace Will Calhoun en la batería, sin empañar en absoluto el sentido de la pieza-, y al mismo tiempo el contraste necesario para la más vacilona y prendida «Glamour Boys». Reiteramos la importancia del humor como inteligencia pura, y quienes hayan puesto atención tanto a la letra como a su recordado videoclip para entender aquello. Rock, funk y soul con la energía hasta el techo, con Vernon Reid detonando maestría ilimitada en las seis cuerdas. La letra misma, un garrote directo a la cabeza de quienes se nublan con la apariencia y el estatus social. Lo que hoy son los «influencers» en las redes sociales, pura cáscara y cero sustancia. Por cierto, a lo mejor Living Colour nunca logró la fama de los Chili Peppers-U2-Guns del mundo. Tampoco les preocupaba aquello, porque para entonces la tenían clara sobre la diferencia entre el éxito y la popularidad.
La breve e intensa «What’s Your Favorite Color?», sin la repercusión de sus hermanas más aventajadas, te resume el pensamiento musical y artístico de Living Colour, con lo justo y necesario. Con menos de dos minutos de duración, para darle un pase en posición lícita a «Which Way to America». De esos cortes algo infravalorados, pero con el filo suficiente para hacerte pedazos un cliché tan vilipendiado como el «sueño americano». A estas alturas del disco, más que la experticia de sus componentes, lo que nos deja K.O. de Living Colour es su capacidad de transmitir una idea clara, todo mediante un influjo ganado a base de talento y originalidad.
Si bien los siguientes «Times Up» (1990) y «Stain» (1993) fueron reverberantes incluso dentro de la movida grunge en esos años, «Vivid» se mantiene insuperable en todo aspecto. Es una colección de puros bombazos, con su single más popular arrancando el LP de un patadón. Era la captura de un momento único, el de una banda que hizo algo impensado en un estilo cada vez más saturado en lo comercial. Y no cualquier banda, sino una que se curtía brindando espectáculos de antología en el CBGB de Nueva York, el mismo antro que vio hacer erupción a Bad Brains, los mencionados Talking Heads, D.R.I. y, cómo no, nuestros adorados Ramones. Puro oficio ahí, suficiente para que Mick Jagger, el mismísimo, se fijara en ellos como viera ahí una futura revolución.
De todas las reseñas u opiniones que podrían resumir lo que es «Vivid», nos quedamos con la del destacado periodista y escritor David Fricke, probablemente la más razonable: «Una carta abierta al rock & roll en sí mismo, una demanda de igual tiempo y respeto por parte de una música que es el derecho de nacimiento de Living Colour». Y es precisamente lo que concibieron nuestros héroes en esos años tapados en cabello con laca y virtuosos de mil notas por segundo. Un mensaje al rock, un recordatorio sobre el propósito de esta música que no busca agradar al resto ni cambiar el mundo, sino intentarlo desde la necesidad de decir y reclamar algo. Como el propio Hendrix en vida, Living Colour son muchos más que cuatro músicos de gran técnica; son personas que convergen sus talentos para decir algo en conjunto. Y lo dijeron. Y aún lo dicen.
Las cuatro distancias estelares de Katatonia
Por Claudio Miranda.
Estocolmo, 1991. Dos quinceañeros con aspiración de hacer música, Jonas Renkse y Anders Nyström, unen fuerzas como dúo para un proyecto musical de estudio. El primero se hace cargo de la batería y las voces tanto guturales como melódicas, mientras Nyström asume su rol como encargado de guitarras y bajo. Era la época en que el death metal arrasó con Suecia y expandió su baño de sangre hacia el resto de Europa, y el doom épico de Candlemass daba paso a una evolución ligada al mismo death metal y adoptando un ropaje de corte gótico.
Pero también Estocolmo fue el lugar que vio nacer a una agrupación que, literalmente, no encajaba en ninguna de las huestes que conformaban el asalto sueco en el albor de los ’90s. Una banda que sonaba a death-doom pero con relatos abstractos sobre la vida y la muerte. Y, al menos en sus inicios, con escasos recursos en cuanto a producción en estudio, pero con toneladas de genio y oficio suficientes para ir hacia donde nadie más se atrevía, al menos hasta promediar la década más gloriosa del metal extremo en Europa. No exageramos al afirmar que Katatonia, al menos en sus años formativos, se encontraba a medio camino entre el oleaje death-doom de «los tres de Peaceville» (Paradise Lost, Anathema y My Dying Bride) y una orientación progresiva que los hermanaba, y con todas las razones del mundo, con los más aventajados Opeth, otra banda que no encajaba en nada del metal extremo que imperaba a sangre y fuego en territorio sueco.
Katatonia, con Renkse y Nyström como fundadores e ideólogos absolutos, es un ejemplo categórico de rediseño y transformación. Poco y nada han importado los enésimos cambios de alineación y el no poder ajustarse a algún nicho o subgénero definidos. El regreso a nuestro país, esta vez en el marco del festival CL.ROCK (10 de noviembre, estadio Santa Laura), se da poco más de un año después de aquel show maravilloso en el Club Chocolate, a solo semanas después de editar el flamante «Sky Void of Stars» (2023). Es una oportunidad de reencuentro y sorpresa ante una agrupación que apela al recurso emocional en su bien nutrido repertorio. Metal de vanguardia, pero siempre en favor de la introspección y superando toda barrera impuesta desde afuera. Por eso, en Sonidos Ocultos repasamos las cuatro distancias estelares de Katatonia desde sus inicios hasta hoy.
Primera distancia: 1991-97. Tras grabar un par de demos -hoy joyas de alto valor para los fans más duros-, Katatonia se estrena a lo grande con un par de discos que hoy descoloca por su extrema crudeza. «Dance of December Souls» (1993), supervisado por Dan Swanö, sumerge al oyente en aguas tan profundas como inaccesibles para cualquiera. Podemos encontrar tanto acá como en el siguiente «Brave Murder Day» (1996) el sonido más sucio y cavernoso de una agrupación que no sabía hacia dónde ir, pero que va de cualquier manera, siempre en la suya. Sin duda, una etapa primigenia que está lejos de ser la más reconocida, pero que al fan del metal extremo desde la tripa le encantará por su variedad de pasajes y matices en el desarrollo narrativo de sus canciones. Por cierto, cuesta creer hoy que una banda de quinceañeros compusiera música con estatura de veteranos. Bonus track:Mikael Åkerfeldt fue el hombre encargado de la voz gutural en «Brave Murder Day», esto debido a que Jonas Renkse se vio afectado por un serio problema de salud. Un infortunio que, sin embargo, señalaría un camino distinto (y definitivo) para Katatonia.
Segunda distancia: 1998-2005. Una etapa crucial, y no solamente por la alta factura de trabajos como «Discouraged Ones» (1998) o el supremo «Last Fair Deal Gone Down» (2001). Jonas Renkse adopta un estilo melódico pero no por ello menos desgarrador e intenso, además de dejar la batería para enfocarse tanto en su despliegue vocal como en tomar la guitarra de vez en ocasiones requeridas. Tanto en las placas mencionadas como las fundamentales «Tonight’s Decision» (1999) y «Viva Emptiness» (2003), Katatonia toma una ruta que lo emparenta con el rock alternativo y el fenómeno de Tool. Es en dicho período donde Katatonia termina por forjar su identidad; poco y nada queda del death-doom espeso de los inicios, y el cambio de siglo-milenio nos muestra a los suecos reinventando su firma abriendo un nuevo vórtice de posibilidades. Está claro que es imposible entender la carrera de Katatonia sin explorar esta etapa, la cual definiría los siguientes pasos a tomar en cuanto a la naturaleza de su estilo único e inclasificable.
Tercera distancia: 2006-2014. No es casual que el cambio de logotipo coincida con el paso al siguiente nivel de expresión. Al igual que instituciones de largo recorrido como Marillion, Katatonia remarca a nivel visual y sonoro su carta de navegación. «The Great Cold Distance» (2006), el redondo que inaugura esta etapa, nos presenta a una banda que mantiene algunos trazos de su ciclo anterior, pero incorporando elementos sonoros que le valen la atención inmediata de los amantes del metal progresivo en toda su forma. Tanto la Opus mencionada como las siguientes «Night Is the New Day» (2009) como «Dead End Kings» (2012) denotan la amplitud de matices adquiridos, donde el shoegaze, la música ‘ambient’ y otros estilos del mismo linaje le dan a Katatonia un calibre imposible de encasillar y, a la vez, fácil de reconocer. A destacar también la edición de «Live Consternation» (2007), el primer registro oficial en vivo, y captura rutilante de una época en que el proyecto de Renkse y Nyström hacía gala de una jerarquía ganada a pulso.
Cuarta distancia: 2015-?. El ingreso del baterista Daniel Moilanen y el guitarrista Roger Öjersson completan la que hasta hoy debe ser la formación más duradera de Katatonia, completada por el binomio Renkse-Nyström y el bajista Niklas Sandin. Esta alineación da el gran golpe con «The Fall of Hearts» (2006), un largaduración que goza de una libertad creativa totalmente coherente con el sello registrado de los suecos, así como la huella de Joy Division, The Smiths y The Cure, se incorpora de manera orgánica en un muro sónico de infinitas proporciones. El combo se toma un hiato en 2018 –Öjersson aprovecha de someterse a una cirugía de espalda, debido a una grave lesión- y en 2020, con el mundo cayéndose a pedazos durante la emergencia sanitaria de aquellos días, «City Burials» simboliza el regreso a la actividad, con su propuesta virando hacia un terreno más metalero y menos certero que su antecesor. En 2023, el lanzamiento de «Sky Void of Stars» resume las cualidades más destacadas de una agrupación que se debe a su integridad artística y se mantiene vigente por méritos propios, siempre superando expectativas tanto propias como las de su fanaticada.
Brian Molko, un auténtico provocador
Por Francisco Quevedo.
El vocalista de Placebo irrumpió a mediados de los 90s con un estilo único y logró un éxito inmediato. Hoy, casi 30 años después, sigue maniobrando los destinos del grupo porque no se puede hablar de Placebo sin hablar de Brian Molko.
Buscando hacerle una finta a cualquier lugar común, durante los noventa – esa década generosa en proyectos, intentonas, íconos, aciertos y desaciertos, momentos memorables, etc- la irrupción de Placebo fue un bálsamo dentro de la escena. Con Brian Molko a la cabeza, el grupo fue un remolino, un revulsivo tan agresivo como necesario. Si usted hace un breve ejercicio de memoria, recordará que, en 1996, año en que explota el fenómeno Placebo, el Reino Unido vivía bajo el dominio del movimiento britpop y otras expresiones musicales y artísticas.
En ese contexto inundado de personajes semi onderos, que se vestían con ropa de marca y cantaban canciones “alegres y joviales” (aunque trataran temas tristes o angustiantes), un día apareció un vocalista y guitarrista de aspecto ambiguo, cantando nasalmente letras que hablaban de la desadaptación social o el rechazo e intentando representar a los que “caminan por fuera del camino”. Con un semblante oscuro y depresivo, cargado de melancolía y provocación, pero a la vez tan auténtico, Brian Molko causó un efecto de inmediato en la audiencia. Desde muchos puntos de vista, el éxito de Placebo descansa en la figura de su vocalista.
Ciudadano del mundo
Brian Thomas Molko Farrel nació en Bruselas, Bélgica un 10 de diciembre de 1972. Debido al trabajo de su padre, Molko y su familia fueron nómades, residiendo en diferentes países. Ciudadanos del mundo, la familia Molko definió Luxemburgo como su residencia definitiva. Según diversas notas de prensa, la separación de sus padres marcó un punto de inflexión en su adolescencia puesto que hasta ese momento, Molko era un “niño de bien”, un activo participante de las actividades de la iglesia y apegado a los cánones sociales. Sin embargo, la separación parental lo alejó de la Iglesia y le produjo un remezón (en este caso si amerita la palabra) llevándolo a rebelarse contra lo establecido.
Molko ha reconocido que fue Sonic Youth la banda que lo impulsó a dedicarse a la música. Ya una vez establecido en Londres para estudiar, conoció al baterista Steve Hewitt, personaje clave en la formación de lo que sería Placebo. Al dúo se le unió Stefan Olsdal, excompañero de escuela de Molko en Luxemburgo. Tras algunos ensayos y grabaciones de demos y maquetas, la pista de despegue estaba lista para que comenzara el vuelo.
Una refrescante irrupción
El éxito llegó rápido para Placebo. Sin exagerar, fue inmediato. “Conseguimos ser el centro de atención muy rápidamente y abrazamos nuestro éxito inicial con mucho júbilo”, comentó Molko a Independent en 2017. “Teníamos una sensación de total incredulidad, como si fuéramos escolares traviesos que habían engañado a todo el mundo y estaban a punto de ser descubiertos en cualquier momento. Así que adoptamos el estilo de vida del rock n’ roll con enorme entusiasmo, como creo que toda banda joven debería hacerlo, ¿sabes? Es un rito de iniciación y viene con el territorio. Nos sorprendió lo bien que le fue al primer álbum, particularmente cuando ‘Nancy Boy’ llegó al número 4 en las listas y tuvimos que presentarlo en Top of the Pops; ¡Eso realmente nunca había sido parte del plan! Nuestra motivación era simplemente no conseguir nunca un trabajo en una oficina; esperábamos poder pagar el alquiler y poner comida en la mesa y hubiéramos estado muy satisfechos con eso, pero el universo tenía planes diferentes para nosotros. Destacamos como un pulgar dolorido en una escena musical donde el Britpop era el rey; El momento fue accidental, pero también resultó bastante fortuito para nosotros”, agregó al mismo sitio.
Ya para el segundo álbum –el esencial “Without You I’m Nothing” de 1998- contaban con Hewitt como miembro oficial y alcanzaron un reconocimiento mundial unánime. No sólo del público y la crítica sino de sus pares, como Robert Smith o David Bowie, quien se convirtió en un “mentor” para la banda, en especial para Molko. “David me enseñó cómo ser una mejor persona, pero fue necesario su fallecimiento para que realmente reflexionara sobre ello. Cuando sucedió (en el año 2016), yo era demasiado arrogante y demasiado borracho para notar el impacto real de lo que estaba pasando (…) Lo que pasaba con David era que trataba a todos con quienes entraba en contacto con la misma dignidad, amabilidad y humanidad, sin importar cuál fuera su estatus. Podrías ser el camarero o Johnny Cash. Obtendrías la misma cantidad de respeto. Ese es realmente el legado de David para mí”, afirmó a NME en 2022. Bowie los invitó a girar con él durante cinco años y los apoyó desde el comienzo, incluso antes de que editaran su primer disco.
Desde aquel mega acierto, Placebo lanzó seis álbumes de estudio, más otros en vivo, compilaciones y lados B…siempre con Molko en los comandos. Desde la salida de Hewitt el año 2007, y después de fallidos bateristas que no han logrado consolidarse, ahora Placebo funciona como dúo.
Estilo único
Sin dudas, el estilo de Brian Molko es uno de los sellos más distintivos de Placebo. Su música, sus letras e incluso su estética (quizás el rasgo más reconocible) han influenciado a hordas de seguidores. Su estilo provocador y libre de etiquetas y amarres fue algo que Molko ha intentado explotar durante toda su carrera. «Quería desafiar la homofobia que estaba presenciando en la escena musical. Quería que cualquiera que fuera un poco homofóbico apareciera en nuestros conciertos y pensara: ‘Oh, realmente me gusta el cantante’. ¡Esta buena!’ sólo para descubrir más tarde que el cantante se llamaba Brian, lo que con suerte los llevaría a regresar a casa y hacerse algunas preguntas. Por supuesto, el travestismo fue una elección estética, pero para nosotros también fue un acto político; eso era una parte muy importante de lo que estábamos tratando de lograr en ese momento”, explicó a Independent en 2017. En una conversación con el sitio DIY al año 2022, el vocalista agregó que «parece que para nosotros era una necesidad real expresarnos de esa manera. No intentábamos ser extremadamente diferentes, simplemente intentábamos ser nosotros mismos».
Y claro, el mensaje del grupo ha sido otro factor esencial. “El mensaje que traemos cuando vamos a cualquier parte y tocamos en un concierto es un mensaje de tolerancia, comprensión y aceptación y es algo maravilloso, porque Placebo se convirtió muy pronto en una banda para los marginados, los inadaptados, los cuadrados. clavijas en los agujeros redondos. No nos propusimos hacer eso, pero en eso nos convertimos y, por supuesto, Stefan y yo (Olsdal, socio musical de Molko desde que comenzó la banda en 1994) crecimos sintiendo que no encajamos y solo por el hecho de ser honestos. Y siendo abiertos al respecto, apelamos a un gran número de personas que sentían que no necesariamente había una voz para ellos. Y eso continúa hasta el día de hoy, esta comunidad realmente grande que ha crecido a nuestro alrededor y se identifica con lo que representamos”, resaltó a Independent (2017).
Sin embargo, el éxito alcanzado durante la primera etapa del grupo se convirtió en un “fantasma” para Molko. Mientras giraban el año 2016 conmemorando los 20 años de la banda, el setlist rescataba viejos himnos, hecho que para el vocalista se volvió insoportable. «Stefan (Olsdal) dice que nunca ha conocido a nadie con un umbral de aburrimiento más bajo que yo. Cuando estás aburrido del sonido de tu propia voz, pero tienes que presentarla en público a diario, se crea una gran disonancia cognitiva. Hacia el final (de la gira), nos sentimos como efigies de cera moviéndose alrededor del planeta. En ese momento me dije a mí mismo, realmente quiero reaccionar contra este tipo de comercialismo descarado en términos de lo que haré a continuación como letrista y qué estados de ánimo creo en el estudio. Decidí en 2017 que todo lo que es ‘esto’, el próximo disco no lo será», confidenció a DIY (2022). Y ahí nació la última placa titulada ‘Never Let Me Go’, lanzada en 2022.
La gira que promociona este último disco está alejada de los grandes éxitos y se enfoca en las canciones nuevas, decisión que a desagradado a muchos fanáticos. Hace algunas semanas, en la prensa chilena se publicaron notas que daban cuenta del descontento de los seguidores chilenos y las dudas en sobre si ir o no a un show de Placebo, fijado para el 20 de marzo de 2024 (a todas luces, pensar eso es muy absurdo…qué importa que toque la banda, uno va al concierto porque le gustan, no para escuchar sólo los grandes éxitos. Placebo ya tiene un estatus ganado por lo que si quieren tocar “los pollitos dicen…” versión The Cure, están en total derecho de hacerlo…). No está demás recordar que la relación Placebo-Chile es fuerte. Cada vez que han venido ha sido un acontecimiento debido a la numerosa fanaticada que tienen en este terruño. Incluso el año 2010 visitaron la Moneda y se reunieron con el entonces presidente de la República, Sebastián Piñera.
Esta jugada graficada en el setlist de la gira, confirma que hoy Brian Molko se mueve en las aguas del misterio y juega con ese elemento. “Para decirlo de manera muy simple, en un mundo y una cultura donde hay una sobrecarga continua e ininterrumpida de imágenes, sonido, ruido y contaminación de todo tipo, hemos adoptado más bien un principio de ‘menos es más’”, confesó a NME (2022). En la misma entrevista agregó que “se adapta a nuestra edad. Tienes que entender que venimos de una generación completamente diferente, de un siglo diferente. En nuestra infancia, crecimos con los teléfonos conectados a la pared. Crecimos antes de las computadoras personales. Tenemos una perspectiva diferente (…) (con Stefan) No decimos demasiado, para que no haya una sobresaturación de tonterías. La gente no se distrae con lo que cenamos. Cuando hablamos, la gente escucha más atentamente” (NME, 2022).
Esta postura le permite no quedarse en el pasado. “Mientras no nos convirtamos en un acto patrimonial, no sé cómo hacer nada más. Es lo que he estado haciendo desde que tenía 20 años». Tratar de precisarles los detalles de lo que les depara el mañana es un poco más complicado, pero claro, ‘futuro’ es una palabra grande y aterradora en este momento”, declaró a NME (2022). Y, no contento con eso, entregó la siguiente reflexión: “Eso es difícil de decir, porque ¿quién puede decir si alguno de nosotros estará aquí dentro de 10 años? Es difícil hablar del futuro en un día como este, sólo desde una perspectiva humana. Soy un ser humano antes que un músico o un entrevistado o algo así. Tengo miedo, como estoy seguro que mucha gente lo tiene. Así que esperemos que todavía podamos tener esta conversación dentro de 10 años. ¡Eso es suficiente para mí! Eso es todo lo que tengo hoy” (NME, 2022).
Brian Molko en su máxima dimensión, una en dónde conviven la oscuridad, melancolía, la desesperanza, la desadaptación y, por encima de todo, la provocación y la autenticidad.
Mejores discos del 2024 según el Staff de Sonidos Ocultos
En Sonidos Ocultos estamos todo el año buscando propuestas interesantes que le puedan atraer a nuestra comunidad oculta. Por lo mismo es que el equipo muestra sus discos favoritos hasta la fecha para que también puedan ser disfrutados por TODOS USTEDES. Te presentamos lo mejor de este 2024, obviamente desde nuestro propio planeta oculto ….Dentro de los estilos se acentúa la cosa en el metal y el rock .
Por Rodrigo Damiani @SonidosOcultos
Flores Silvestres «Momentos Subterráneos»
33 minutos bastaron para que este trabajo se transforme en uno de los mejores discos de la psicodelia chilena, quizás es injusto solo encasillarlos en ese estilo pero me la juego en que ese es el principal hilo conductor de este trabajo que le suma Shoegaze y pinceladas de indie y mucha atmósfera, siempre acompañados de una voz profunda y meditativa. En cuanto a las letras es un viaje al interior del ser humano, es un viaje musical y espiritual que explora de adentro hacia afuera. Un viaje espectacular que te mantiene en el Climax con sus dos temas finales, las principales joyas para mi » Beauty Path» y «De Salida»
Perrosky «Dos Caminos»
Un disco cargado con toda la esencia de este tremendo dúo nacional. Dicho trabajo fue concebido desde el año 2017 hasta el 2023, demostrando que la buena música se trabaja con harto tiempo y dedicación. En cuanto a este disco, este nos entrega esta dosis de folk rockandroll tan único y particular que el proyecto nos tiene tan acostumbrado a entregar. Un disco compuesto de 13 canciones resumidas en 55 minutos que logran transportar al oyente al viejo oeste mas criollo.
Bruce Dickinson «The Mandrake Proyect»
El eximio vocalista de Iron Maiden, nos presenta un nuevo trabajo solista y como siempre lo ha hecho realmente en esta faceta, es que logró un trabajo redondo y de calidad absoluta, entregándonos un rock pesado que transita por muchos estilos y pasajes pero lo mas importante, logrando un sonido único y propio demostrando por que bruce es mas que el vocal de la dama de hierro. 10 canciones resumidas 58 minutos bastan para entregar un viaje sonoro único y brutal. Larga vida a Sir. Bruce.
Evergrey «Theories Of Emptiness»
Este año el rock progresivo nos ha entregado excelentes piezas, pero este disco sin dudas el que mas me ha impresionado de escuchar y ver en dicho estilo, ya que hace pocos meses estuvieron en tierras nacionales lanzando este nuevo trabajo. En cuanto al desarrollo de este trabajo podemos encontrar piezas entretenidas que mezclan el progresivo con el powermetal, de una forma bastante sutil y elegante. 11 canciones con 52 minutos hacen de esta pieza un trabajo fundamental para los amantes del virtuosismo.
Rhapsody «Challenge The Wind»
Un disco ciento por ciento creado por la inspiración del powermetal , es que este trabajo nos muestra una faceta fresca y entretenida por parte de los italianos, quienes volvieron a realizar un disco solido y que muestra que el presente y el futuro de la banda se siente realmente auspicioso. Recordar que esta banda ha pasado por varias batallas legales, cambios de nombres con viejos miembros del grupo, pero esto no ha sido impedimento para que el grupo liderado por Alessandro Staropoli (Teclados) siga presentando canciones originales y bastante frescas mostrando que la identidad del grupo se mantiene bastante arraigada.
Pearl Jam «Dark Matter»
Un nuevo disco bajo el brazo nos trae el grupo liderado por el eximio vocalista Eddie Vedder, quien vuelve con un nuevo trabajo junto a su clásico grupo, quienes sin dudas son un ícono en la música norteamericana. Esta vez la banda nos muestra un disco mas oscuro y pesado, el cual nos entrega riff densos y muestra un ambiente mas novedoso en sus composiciones. Me cuesta encontrar un single radial a excepción de «Wreckage», y esta es justamente una de las gracias de este trabajo. 11 canciones resumidas en solo 48 minutos, para escuchar una nueva faceta del grupo.
Por Claudio Miranda
Mastiff – Deprecipice
Hay cosas que van más allá de un género o una etiqueta, y el caso los ingleses de Mastiff tiene todo eso que nos gusta de la música extrema desde la tripa. Una miserable banda, de una miserable ciudad», asís e describen en sus redes sociales, y es porque, valga la redundancia, su estilo consiste en capturar en cada trabajo el fulgor de la miseria humana. «Deprecipice», su cuarta producción en estudio, se mueve libremente entre el sludge y el hardcore, con incursiones en el death metal a la vieja usanza. Pero no nos engañemos, que la gran virtud de los de Kingston upon Hull es la integridad a prueba de todo. Como la banda sonora de un mundo condenado, podemos afirmar que «Deprecipice» es una obra necesaria, pues refleja nuestra podredumbre moral tanto en las letras como en su sonido espeso y sin espacio a ningún mensaje de esperanza. Lo que esperamos y nos gusta de Mastiff; música de fondo para la dura realidad.
Melvins – Tarantula Heart
Para King Buzzo y sus buenos muchachos, está prohibido repetir la fórmula ganadora. Tarantula Heart, al igual que sus antecesores tanto inmediatos como históricos, te descoloca por completo. Sus casi cuarenta minutos de duración se reparten en un viaje de armonías demenciales, y la adición de Roy Mayorga -sí el tecladista de Ministry- le da a Melvins circa ’24 un toque de renovación que se mantiene incólume ante cualquier opinión ajena. No es solamente ‘llevar la contra’ a la convención musical, sino probarse a sí mismos en terrenos que conocen de sobra, pero dándole siempre un sentido propio a la experimentación transformada en locura. Lo más cercano a meter en la juguera a Frank Zappa y Sonic Youth, pero siempre priorizando el lenguaje propio, uno que pocos son capaces de entender a primeras. Y esa es la idea de Melvins en cada trabajo, tal como lo que ocurre en este trabajo recién salido del horno. Un desafío más para quienes abrazan la vanguardia, incluso a riesgo de caer en un estado irracional sin boleto de vuelta.
Duel – Breakfast With Death
«Desayuno con la muerte». ¡Vaya título y portada! Y todo eso va acorde con la metralla descargada por Duel, uno de los nombres más potentes que haya editado el prestigioso sello Heavy Psych Sounds. El quinto LP de los de Austin reúne todos los elementos que nos gusta del rock pesado en su forma más primitiva, donde la pachorra de ZZ Top, la contundencia guitarrera de Thin Lizzy y el ruido canalla de los Motörhead históricos convergen en una firma que abre la puerta a patadas. No puede ser de otra forma viniendo de una banda que no necesita reinventar la rueda para zamarrearte del cuello a punta de riffs electrizantes y un imbatible arsenal de canciones que salen desde la tripa y la voluntad de aforrarle un puñetazo en la cara al mundo. No es solamente un tema de velocidad, sino de manejarla cuando el instinto nos dice que la parca está más cerca de lo que creemos. ¿Más cerveza?
Bitterdusk – Guardián del Valle
Tras un regreso en plena forma con «Árbol Cósmico» (2017), fue cuestión de tiempo para que Bitterdusk volviera a sorprendernos con uno de los trabajos más apabullantes de la última década. La adición del baterista Kurt Heyer y el guitarrista Sebastián Puente hace un par de años, fue determinante para cocinar a fuego lento lo que sería Guardián del Valle, una placa de bruma oscura con espacios de luz, donde la altura gótica mira hacia las indómitas montañas de nuestra geografía cordillerana. Entre la influencia monolítica de los seminales Paradise Lost y Cathedral, y el camaleonismo gótico de The Cult, «Guardián del Valle» nos recuerda que no hay modernidad que valga cuando nuestra naturaleza interna reclama a gritos su condición libre.
Thou – Umbilical
No hay término medio para definir el lodazal sónico de Thou. «Umbilical» no solamente es coherente con lo que vienen mostrando los de Baton Rouge hace casi dos décadas, sino que sus planchazos de odio y rabia desde la tripa, con volumen y distorsión a tope, te dejan agobiado hasta pedir misericordia entre lágrimas. Doom, hardcore, drone, sludge… póngale la etiqueta que le guste, porque lo que profesa una institución como Thou no es una clase de «la mejor música», sino un aluvión emocional que te sumerge en toda la mierda existente y por haber. Se agradece un lanzamiento como Umbilical, donde el nivel de espesor a lo largo del álbum te sofoca con apenas un espacio de milisegundos para inhalar y exhalar, antes de recibir en la cara la última descarga de dolor y pérdida.
The Obsessed – Gilded Sorrow
Nos gusta a los amantes del rock pesado que The Obsessed se mantenga igual de supremo y aplastante que en los ’90s. Disfrutamos de «Gilded Sorrow» como una placa de alta factura, con el bueno de Scott «Wino» Weinrich acompañándose de una nueva alineación para proteger y servir a la integridad de un estilo que se mueve lento y real en un hábitat que muchos dicen conocer pero pocos dominan a sus anchas. Es una cuestión de solidez y honestidad en estos tiempos de producción en serie. Y más especial debiera ser su importancia en Chile y el resto de Sudamérica, pues su promoción nos permitió apreciar en vivo por estos parajes el estado de gracia de una agrupación que se debe a sus principios ante todo.
Bagual – Inhvmar
Así como «Nulla» (2017) apuntaba hacia la enormidad del firmamento, lo que ocurre en «Inhvmar» te descoloca a la primera escucha. Bagual no tiene intención en superar el logro anterior, sino en iniciar un nuevo ciclo apelando al dolor interno. Transformar el vacío de la pérdida en la llave para abrir un nuevo vórtice. En el aspecto musical, meter en la juguera a Deftones, el Sepultura clásico y el death metal implacable de Morbid Angel pocas veces ha dado un resultado tan escalofriante y maravilloso en cada surco. No es solo que valiera la pena esperar casi siete años, sino que su resultado expone un nivel de complejidad impensado en el circuito local y sudamericano hasta hace una década al menos. Y se basta de apenas poco más de media hora para hacernos ascender desde el infierno personal hasta la redención del cambio.
Yajaira – Epopeya
Para la banda más importante del rock pesado en Chile, «Epopeya» es más que un título. Concebida durante la pandemia, y con la banda lidiando con el horror de la emergencia sanitaria de hace un lustro, la sexta placa de Yajaira se puede resumir como un compendio de hazañas explosivas en tiempos de incertidumbre y altas turbulencias. Se respira a partir del corte titular una libertad bien conducida que rememora la revolución del rock progresivo de los ’70s, caminando siempre de la mano del sonido espeso que impera como una propulsión natural. Comegato y Sam, además de los músicos que han estado a bordo, la tienen clara como portaestandartes legítimos del rock subterráneo, el que abrazan los hijos de la noche en un circuito donde la única regla es «no hay reglas».
Por Meryth
Rendezvous Point – Dream Chaser
El proyecto progresivo del baterista Baard Kolstad (Leprous) se luce con su tercer disco de estudio. La mezcla entre la técnica exquisita de los instrumentos sumado a las melodías y líricas de cada canción hacen de este álbum una joyita que no puede faltar en la colección de los amantes de este género. Hasta ahora mi favorito del año.
Mono – OATH
Siempre se agradece conocer bandas que suenen a la perfección en sus presentaciones en vivo y para mí fue el caso de los nipones que tras presentarse en el CL Prog este año me dejaron gratamente sorprendida por el nivel de virtuosismo técnico de su Shoegaze instrumental. OATH es un álbum de esos que invitan a entrar al trance liberador de la mente perfecto para escuchar los días de lluvia.
Rotting Christ – Pro Xristou
El cuarteto greco sin duda sorprende con cada disco y esta no es la excepción; con letras en diferentes idiomas y sonidos que nadan entre lo atmosférico y lo brutalmente acelerado de los instrumentos, cuentan la historia de la destrucción de la sabiduría del antiguo mundo por culpa del cristianismo. 35 años de carrera en la marea del Black Metal son traducidos en un disco potente y oscuro que se llena de matices sonoros interesantes. Cabe destacar que en vivo cuentan con una fuerza escénica impresionante, lo que hace de la banda de los Tolis una de las agrupaciones de la vieja escuela del black que no puede faltar en ninguna lista de reproducción.
Alcest – Le Chants de l’Aurore
No puedo dejar pasar el último trabajo de los franceses Neige y Winterhalter. Este disco es un giro en el blackgaze agónico y nostálgico que se venía escuchando por parte del dueto, hacia una sonoridad más esperanzadora y dinámica que hacen de este último trabajo una adhesión interesante en la trayectoria del dueto. Es un disco que brilla por sí solo y es, probablemente, el trabajo más fuerte en cuanto a la técnica y manejo del post metal shoegaze que han tenido hasta ahora.
Kvaen -The Formless Fires
Dentro de música que era absolutamente desconocida para mí hasta este año está esta banda de Kalix (Suecia). Una mezcla de melodic black/death metal que trae su tercer disco repleto de fuerza y sombrío Black Metal nórdico. El proyecto de Jacob Björnfot es una joyita para este nicho musical que se hace merecedor de escuchar a todo volumen.
Por Juan Carlos Ibáñez @blacknedul
JUDAS PRIEST (UK) -Invincible Shield
El décimo noveno álbum de los británicos es una verdadera aplanadora. Los liderados por el incombustible Rob Halford, nos entregan una dosis perfecta de heavy metal punzante cargado de poderosos riffs que nos recuerdan los mejores pasajes de gloriosas obras como “Painkliller” y “British Steel”, pero con una dosis de crudeza impecable y una ejecución magistral que con 14 temas en una hora de duración no presenta puntos bajos, un álbum entretenido y versátil que mantienen en el trono del heavy a los Metal Gods y su impecable legado musical que sigue influenciando a bandas de los más diversos estilos.
DEICIDE (USA) -Banished by Sin
Cinco años pasaron desde el último trabajo de los chicos de Tampa para la llegada de este nuevo álbum, el numero 13 de su discografía. Una banda como Deicide siempre genera expectativas con sus lanzamientos, y si bien los últimos trabajos fueron correctos en general, quedaban un poco al debe de lo que fue la primera etapa de la banda que la consolidó como uno de los referentes máximos del death metal. Pero este “Banished of Sin”, nos trae mucho de esos primeros años de Deicide, cargado de velocidad y riffs blasfemos, junto a los brutales vocals de Benton que se mantienen intactos. Con 12 temas asesinos y blasfemos que en casi 40 minutos de duración desatan lo mejor de la banda, con temas que sin duda pasaran a ser parte del setlist en directo, algo que no ocurría hace tiempo.
PENTAGRAM (CHILE) -Eternal Life of Madness
Los nacionales de Pentagram nos regalan nuevo material después de más de una década de silencio musical desde tu aclamado “The Malefice”, lanzado en septiembre del 2013. Al parecer a Anton y Cía. les gusta tomarse un tiempo extenso para crear nuevo material, esto sumado al trabajo de Anton en Criminal y sus colaboraciones en Lock Up y Brujeria. Bueno si hay que esperar una década para tener un material de lujo como este vale la pena totalmente. Con 11 temas y 55 minutos de duración este álbum es perfecto, mantiene esa oscuridad musical que coquetea con el death y el thrash desde sus inicios, riffs completamente dementes y enfermos que mantienen la esencia y legado de ese Pentagram primigenio de los gloriosos demos I y II pero con la experiencia, sonido y potencia
del metal actual.
ABORTED (BÉLGICA) -Vault of Horrors
Desde Bélgica nos llega este nuevo azote de Aborted, con una dosis asesina de su brutal death metal marcado por la velocidad de cada corte y los cambios de tiempo devastadores. Un álbum que en 40 minutos nos entregan 10 temas absolutamente insanos, sin pausa ni tregua para el oyente y que además cuentan en cada canción con vocalistas invitados como apoyo para hacer las voces aun mas perversas y enfermas. Sin duda este nuevo lanzamiento posiciona a Aborted como una de las mejores bandas del estilo.
NECROPHOBIC (SUECIA) – In The Twilight Grey
Uno de los discos más esperados este año era el nuevo álbum de los suecos de Necrophobic, el sucesor de “Dawn of the Damned” lanzado el 2020 tenia altas expectativas del público y los medios, y este “In The Twilight Grey” cumplió plenamente las expectativas. Con 10 temas y poco mas de 50 minutos de duración nos entrega un black melódico con algunos pasajes de thrash death mezclados de manera perfecta sumado a una portada increíble que refleja fielmente la atmosfera del disco.