Festival Woodstaco 2020: A cuidarlo y seguir creciendo (Primera parte)espera un momento...
viernes 06 de marzo, 2020
Escrito por: Álvaro Molina
El viernes íbamos con la idea de salir temprano de Santiago con la esperanza de llegar a instalarnos rápido en el camping El Trapiche y quedar listos para una nueva versión del festival que ansiosamente esperamos cada año. Pero salir de la ciudad no fue tan fácil como esperábamos – la fe ciega en Waze terminó por hacernos lesos – y luego de unas cuantas vueltas y desvíos – por no mencionar la ansiedad en la carretera yendo lo más rápido posible -, por fin llegamos al cruce de Parral y nos metíamos camino al interior. Íbamos tres amigos y la polola de uno de ellos. Por ahí más adelante iba una liebre llena de gente, las ventanas tatuadas con mensajes de ‘Apruebo’, ‘Renuncia Piñera’ y ‘Piñera culiao’. Una especie de magic bus parido por el estallido social. Llegamos alrededor de las 18:30 y el calor pegaba fuerte, se notaba en las caras transpiradas y un poco agobiadas de quienes también venían llegando cargados, bajando de los buses o saliendo de sus autos.
La caravana de gente llegando al camping se veía bien, pensamos, había más gente de la que creíamos mientras conversábamos en el camino y apostábamos si quizás la asistencia para este año habría bajado o no. La primera sorpresa fue cuando nos encontramos con el escenario Rock recibiéndonos justo ahí en la entrada al terreno y The Ganjas probando sonido con “Crazy Horse”. Entusiasmo total. El año pasado había que caminar más que la chucha para llegar al descampado de este escenario que, a veces, incluso se veía pelado. Pero ahora volvía con todo su protagonismo. Cuando pasamos por el sector de comida, sonreímos con hambre porque el bajón de los alemanes que el 2019 salvó a muchos estómagos angurrientos ya estaba instalado con las bratwurst echando humo, transpirando jugo y grasa y ese olor dulce que agrandaba el diente. Nos aguantamos de servirnos una y fuimos directo a instalarnos cruzando el puente, al lado del río, con sombra en medio de los árboles y zarzamoras – “Va a estar peludo volver a la carpa en la noche”.
Mientras armábamos el campamento y abríamos las primeras cervezas, partió la cosa; el trío La Rabla abriendo el fin de semana con psicodelia stoner a la Jimi Hendrix y mucho wah-wah de por medio, presentando canciones de su último disco ‘Escondido en Sudamérica’. Con las carpas ya armadas, nos dimos una vuelta para ubicarnos con los escenarios. Seguíamos terriblemente perdidos porque ni el horario ni el mapa los estaban entregando en la entrada al camping. El escenario Enjambre quedaba a unos cuantos pasos, emergiendo en medio del bosque, con neones y medusas colgando como símbolos de culto. En la tarima estaba Valentina Marinkovic (La TribOo) adiestrando al público, una atractiva fusión latinoamericana de soul y blues. Esperamos a que terminara, dimos media vuelta y seguimos caminando hasta el Blesstaco, escenario que hacía su regreso para asegurar la psicodelia, electrónica y experimentación que el Laguna Mental acogió el 2019. Pero en el camino paramos la oreja y escuchamos algo bien brutal desde el escenario Rock. Kat Rituaali, el trío puertomontino de sludge experimental, desataba alaridos y enajenación, con Camila Rivas (voz) al frente comandando el ritual de catarsis emocional, mientras Paulo Rivas (guitarra) y Paulina Non Gatta (batería) rompían las cabezas contra su muro de sonido. Una de las promesas jóvenes de Puerto Montt – y del under chileno – agarraba confianza e inauguraba los sonidos más duros que se avecinaban. Ojo con esta banda.
Cambio de escenario y de sonido; la convocatoria en el Blesstaco a eso de las 21:30 era de un lleno total. Acompañado con sus guitarras de marca registrada personal, la trova del Tata Barahona congregó a una multitud de jóvenes y no tan jóvenes, hippies y no tan hippies. “Algunos dejarán de lado esas relaciones tóxicas, o esas conductas tóxicas, algunos dejarán de lado sus vicios, alguien se comprará hierba de mejor cepa para hacerse un cañito”, era lo que se hablaba arriba del escenario. “Estamos despiertos, ya sabemos que vamos a tener una nueva constitución y no vamos a esperar [a] que el vecino vaya a votar, sino que cada uno va a ir a la urna y va a decir ‘yo apruebo’. Mientras no tengamos en el horizonte a nadie definido o quién va a guiar nuestro destino, por lo menos mantengámonos despiertos y, por lo menos, sepamos dónde no poner el poder”. Y, acto seguido, en medio del “Piñera, conchatumadre, asesino, igual que Pinochet”, comenzaba a tocar “No le entregues al poder”, como un evidente guiño al discurso. Política y emociones repartidas por el público, el regreso del Tata Barahona a los escenarios de Woodstaco fue un lindo mensaje con ánimos de esperanza, harto humor y, también, de responsabilidad frente a los cambios que se vienen.
Volviendo al escenario Rock, ya estaban instalados los infaltables de Alásido, una de las bandas de la casa aportando con su dosis de rock & roll electrizante, la fórmula consagrada que no defrauda y que siempre entrega un lindo mensaje sobre la vitalidad. Pausa para comer. Esperamos un rato y otros ilustres empezaban a lanzar sus primeros acordes. Celebrando su vigésimo aniversario, The Ganjas volvió a Woodstaco con fuerza y un tributo especial al disco ‘Laydown’, cumpliendo 15 años desde su lanzamiento. En el camino aparecieron temas como «Tangible Myth», «Dancehall» y «Crazy Horse», sumados a otros esenciales como «Frío Ni Calor», mientras ahí estaban conectándose entre ellos con una especie de trance probado, metiendo ruido cuando acoplaban las guitarras frente a los amplificadores y estampando su sello en la noche psicodélica. Psicotrópicos varios corrían libres y despreocupados, mientras Los Tábanos Experience, acompañados nuevamente por el éxtasis vocal de Daniela Defilippi, conjuraban una nueva sesión de improweed con la humareda abrazando y envolviendo el escenario. Una alineación ‘nueva’, en la que se extrañan los delirios electrónicos de Faiza, pero, sin embargo, LTX invocaron nuevamente su visceral inframundo de alucinaciones.
Pasé al Blesstaco a ver algo distinto, a alguien que hacía su debut en el festival. Águilas Paralelas, el proyecto solista del productor José Dal Pozzo, era una distorsión completa de lo vivido hasta el momento en la jornada. Electrónica de experimentación, sofisticada y, al mismo tiempo, perturbadoramente insólita, repleta de samples bizarros y excéntricos mientras Dal Pozzo bramaba, gritaba y gruñía micrófono en mano. Con tan sólo un computador, un mezclador y visuales de eclecticismo puro, el fichaje de Águilas Paralelas para esta versión del festival cumplió con ampliar el abanico de propuestas, confirmando la credibilidad y apertura de espacios para otros sonidos. Para cerrar la noche, bueno, pasó lo que era obvio: ni la más puta idea dónde quedó la carpa, perdida al fondo del bosque. Por suerte, salió una buena conversación por ahí e incluso una sesión de improvisación de rap con una talentosa MC que se acercó un rato. Media hora después, ‘apareció’ – o, más bien, me tropecé con – la carpa.
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Fotos y vídeos: Pachi Cuevas, Rodrigo Damiani, Álvaro Molina
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