Heretoir en Chile: En nuestra propia esferaespera un momento...
miércoles 27 de marzo, 2024
Escrito por: Equipo SO
Por Claudio Miranda.
Fotos por Rodrigo Damiani @SonidosOcultos
No podemos empezar esta reseña sin destacar la jugada de Feral, un colectivo chileno cuya dedicación al post-metal y los sonidos alternativos responde al impulso de ir más, literalmente. De la forma en que el género en Chile tiene un espacio de difusión que hace 10 o 20 años era impensado en el circuito local, la producción de eventos internacionales se convierte en el siguiente paso, uno más arriesgado por razones obvias, pero que marca un gran movimiento mediante la autogestión y la prioridad hacia los referentes de la última década.
Precisamente, la ética del «D.I.Y.» («do it yourself», «hazlo tú mismo») es la manera en la que se mueven los referentes de la música subterránea en estos días, y el espíritu del post-metal tiene mucho de eso. Es el caso de los alemanes de Heretoir, agrupación cultora de un estilo marcado por la luz y la penumbra, muy a la usanza de Alcest en su fase vanguardista, el camaleonismo de Deafheaven o el temple cósmico de los austríacos Harakiri for the Sky. Su nombre, un juego de palabras entre «heresy» y la sílaba francesa «-toir», nos da una idea concreta de lo que proponen los bávaros a nivel de sonido y concepto. Un camino propio forjado por sus creadores, donde la transgresión de lo sagrado se complementa con el peso psicológico de la existencia humana. Una mezcla que no va por probar algo, sino por sumergirse en un océano de pérdida y emerger en una playa de nostalgia. Y sus tres producciones de larga duración reflejan hasta qué punto Heretoir se ha ganado un sitial para los amantes del género, con el más reciente «Nightsphere» (2023) confirmando la realidad de una firma artística en plena sintonía con quienes hacen de la búsqueda y el viaje como prioridad máxima.
Para ser la primera vez de Heretoir en suelo chileno, y en un recinto presto a abarrotar como lo es la sala RBX de Santiago, la escuadra nacional debía de estar a la altura. Y en el caso de IIII hay méritos que conforman en vivo una tormenta de ruido y disonancia que armoniza en total control. Con un EP recién editado bajo el nombre de «CVATRO», el preámbulo se destila en un oleaje de catarsis en su sentido más puro y basta con que «Élegos» y «Nimio» aprovechen su espacio en el repertorio para desatar su trance guitarras agudas y gritos primales en estado de hermandad con su propia libertad. De lo más pesado a lo más rápido, con las raíces en el postpunk dando rienda suelta a su forma de ver y decir las cosas, como podemos apreciar en piezas fundamentales como «Sceletarus» y «Judas», ambas formando parte de un soundtrack que hoy desafía toda convención, incluso dentro de la propia música pesada. O la implacable «Fauces» devorando toda señal de esperanza en un territorio donde pocos logran poner un pie y vivir para contarlo, como lo promete en lo que será su próximo lanzamiento a finales del presente año. Todo aquello traspasado a un constante clímax melódico y la repetición de patrones en favor de comunicar un mensaje o un estado de ánimo, siempre navegando en la turbulencia de nuestra condición humana. El tiempo en el escenario es breve, pero tanto los novatos como los iniciados pueden hacerse en el acto una noción de lo que es IIII más allá del género al que se le asocia.
Como tiene que ser en una noche de música con atmósfera propia de inicio a fin, la presencia de Luxferre es tan merecida en el cartel como bienvenida entre los amantes del post-metal enlazado al doom. «Faces» (2022), su único LP hasta la fecha, les valió de manera inmediata un punto angular como practicantes de un estilo que bebe directamente de la cochambre sónica de los fundamentales Neurosis y, en especial, Cult of Luna. Y es cosa de tasar la presencia de Pedro Salgado en los teclados y sintetizadores, quien es el encargado de darle matices y ambientación a un estilo musical que se hermana con la actitud de Pink Floyd en un nivel derechamente alienígena. Es lo que obtienes de una banda que deja la vida en pasajes como «Voices» y «About Loss and Hope», ambas espejando una grandeza escalofriante y un desarrollo musical que va a la par con una estampa sonora de música desgarradora hasta la médula. No hay puntos medios acá, ni siquiera en el bache técnico que pausó por unos minutos la presentación. Y eso es porque Luxferre hace de un momento inesperado el instante para exponer su humanidad, donde ni la pulcritud ni el virtuosismo de clínica bastan para hacer del sonido una tormenta nebular a prueba de todo. Una bestia con múltiples caras y un solo sentimiento hacia la poca bondad que permanece en el mundo, así se define Luxferre de inicio a fin.
Para hablar de lo que significa Heretoir como experiencia en vivo, primero debemos retomar el concepto del «D.Y.I», y no solo en realizar una gira 100% autogestionada, sino en los costos que implica, incluso a nivel humano. Como el equivalente a jugar un clásico con dos jugadores menos desde el inicio, la incursión sudamericana no podía ser otra cosa que una muestra de energía y talento en la forma más profesional posible. Para el ‘jefe’ y fundador Eklatanz, secundado por Kevin Storm en las seis cuerdas y Nils Groth en batería, el periplo por el Hemisferio Sur había que aprovecharlo como fuera. Y con todo un panorama quizás adverso -y extraño- en apariencia, el puntapié inicial con «Exhale» fue suficiente para hacer realidad una liturgia obligada para todo amante de la música pesada en su sentido literal. Lo que se respira, se inhala y exhala, lo que se transpira en un martes de verano por la noche en la capital, lo que preside una banda que se para a lo grande y le entrega a quienes abrazan los valores de un estilo que navega por mares y ríos donde la aventura y el peligro se dan la mano. Tras un saludo breve de un extasiado Eklatanz, «Twilight of the Machines» nos grafica el presente inmenso de Heretoir, un momento en que su propuesta nos hace alucinar con lo que realmente importa en todo ámbito de la vida: vivir el instante hasta el sudor. De una escalada a pie por la montaña hasta el derrumbe emocional reflejado en su sección ‘hardcore’, resulta abrumador lo que transmiten los alemanes, con la suciedad y la aspereza haciendo simbiosis en favor de la emoción más profunda.
La homónima «Heretoir», «Fatigue» y Graue Bauten» nos devuelven una tras otra una década atrás en el tiempo, al del debut titulado con el nombre del proyecto (2011). Cuando su parecido con Alcest enganchaba a quienes descubrían que tanto en Europa como en algunas partes del otro lado del Atlántico había algo que decir. Una tirada que para los seguidores más antiguos cae como un bálsamo curativo de música brumosa. En el directo, queda claro que Heretoir es de esas bandas que, con lo justo en recursos y pirotecnia, pueden procrear su propio universo, uno quizás no muy distinto a la apatía que nos rodea en la vida cotidiana. Como en esos tiempos, no cambia en absoluto el efecto generado, lo que realmente nos llega directo al estómago y más abajo.
Si tienes un trabajo cumbre como «The Circle», es esperable lo que provoca «Golden Dust» de entrada. Un baterista como Nils Groth siempre serpa un ejemplo a seguir cuando se trata de proponer ideas y matices sin ceder sus funciones en el ensamblaje de Heretoir. de la misma forma en que Eklatanz, además de exhibir una voz que transita entre la luz de la esperanza y la oscuridad de la pérdida, se entiende en la guitarra con Kevin Storm como hermanos de toda una vida. Hay un sentido del buen gusto, una sutileza que se vale por las capacidades de sus intérpretes, donde el shoegaze pasa de ser un agregado a un condimento fundamental en la infalible receta de los alemanes. El mínimo de luz que entra en los espacios que deja el espesor de la niebla sonora, solo ese mínimo basta para armonizar climas distintos en un ecosistema único. Lo que también apreciamos en «Wastelands», donde la batería de Nils Groth toma en el inicio el núcleo gravitacional que normalmente tiene a Eklatanz como su dueño legítimo. Es la gran virtud de Heretoir como un nombre que se basta por sus principios ante todo, el gusto musical y un concepto genuino llevados a su propia vorágine humana. Y si le sumamos la entrega mutua con el público, hay algo en ellos que les vale un sitial de honor que poco y nada nubla su prioridad artística.
La admiración por Austere -referentes absolutos del black metal depresivo en los 2000-, se traduce en una conmovedora versión de «Just for a Moment», con Eklatanz en la guitarra y voz, en plan solitario. Notable cuando el líder y fundador se refiere con su humor característico al hecho de girar por el mundo con una sola guitarra, una locura en el circuito mainstream, una constante cuando tienes que hacer las cosas por ti mismo. Es de esos momentos que superan el factor musical, y tienen que ver con lo que se traspasa e identifica a quienes saben que las buenas ideas se cubren con algo más poderoso que el equipamiento o el software: la voluntad de expresar algo que trascienda las barreras humanas. «The Circle (Omega)«, la pieza que clausura la Opus de 2017, tiene todo eso y su interpretación en vivo es una viva señal de sus creadores yendo por más en el viaje. Como reza la obra en su título, Heretoir completa en cada pasada un círculo propio, uno donde cada nota se respira como si fuera el último día en la vida. Y el broche dorado con «Eclipse», nos deja orbitando en otros planetas a años luz del nuestro. Sí, suena cliché, pero lo que una banda como Heretoir logra hacernos sentir, merece exprimir litros de imaginación, a lo mejor imposibles de describir en términos analíticos, pero adjuntos al sentimiento que hace de esta música un encuentro de sanación y respuesta introspectiva.
No podemos terminar esta nota sin destacar, nuevamente, el aporte del Colectivo Feral a la difusión de un género que no necesita ceder a los vicios de las industria musical para trascender en quienes abrazan la diferencia. Tampoco descartar que haya una próxima vez de Heretoir en suelo chileno, porque lo vivido anoche en la sala RBX tuvo pasajes de catequesis sonora, así literal. Es todo lo que se puede vivir y respirar en su propia esfera nocturna, en un círculo que se cierra para abrirse una y otra vez a quienes lo exploren con gusto.
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