Sonidos Ocultos

Los Blops «Locomotora» 1974

 

De todas las bandas chilenas que escribieron las primeras páginas del rock en Chile, Los Blops son sin duda uno de los conjuntos con más mística. Odiados por los fachos por cantar en tonos folklóricos y despreciados por los comunistas por tocar con guitarra eléctrica, incluso fueron abucheados en el Festival de Viña del Mar de 1971. Nada de eso detuvo la creación de dos alucinantes álbumes de guitarras acústicas pintadas de lisergia y letras oníricas, sus colaboraciones como banda de estudio de Víctor Jara, Ángel Parra y Patricio Manns, además de una tercera obra experimental grabada en Argentina en 1973 y que no vio la luz hasta el año siguiente, cuando ya se habían disuelto. “Locomotora” es un álbum netamente instrumental y eléctrico, lleno de vaivenes que demuestran el virtuosismo que la banda escondía en aquellas voces armoniosas.

Además de la ausencia de la genialidad del compositor Julio Villalobos y su guitarra, las diferencias con los discos anteriores son importantes: no hay poesía sobre la vida en la naturaleza y la libertad de la mente, tampoco suenan las hermosas cuerdas acústicas de relajo pastoral. En cambio, los teclados toman un rol predominante con la inclusión de Juan Carlos Villegas, Eduardo Gatti explora en solos más rápidos y acordes progresivos, mientras que la sección rítmica juega con tempos acelerados e improvisaciones que dan un sentido de aventura a cada tema. Una renovada psicodelia más enchufada en el rock setentero.

El álbum comienza con una flauta traversa resonando desde una montaña ancestral. “Allegro Ma Non Troppo” es un ritual de groove hipnótico, donde los teclados brillan y sus notas caen como gotas de lluvia. El intrépido y sincopado bajo de Juan Pablo Orrego ataca las cuerdas con fuerza  y precisión mientras Sergio Bezard golpea redobles jazzeros, fluyendo libremente. Hay una estructura, pero la improvisación manda y corre tan bien que todo se une en un emocionante final. Le sigue “Tartaleta de Frutillas”, una composición de tres partes que se acerca al viejo sonido, con suaves arpegios de guitarra y un profundo órgano de clima nostálgico. Gatti armoniza un canto breve para luego entregar la voz a la flauta viajera de Juan Contreras, sin duda uno de los protagonistas del álbum. El tema se monta en un suave galope y la guitarra tiene momentos virtuosos del mal llamado “Clapton chileno”, concluyendo en el outro estremecedor que es la parte “dulce” de la tartaleta, a veces bastante ácida.

“Locomotora” es el tema más corto y directo del disco, un corte rockero filtrado por el sonido ondulante del grupo. La batería y los solos de teclado abundan emergiendo desde todos lados, con el bajo a toda velocidad armando un caos psicodélico de proporciones. No es difícil de imaginar la sorpresa que debe haber causado en esa época escuchar a Los Blops de “Los Momentos” tocando tan rápido y pesado. “Pirómano” tiene una vibra más positiva y gentil. El teclado eléctrico toma el mando, con la canción en un perfil decididamente progresivo usando un break inesperado, donde Orrego introduce ritmos funk en el bajo para los solos de sus colegas. Debe ser el tema más débil del disco, pero sin duda una improvisación interesante.

El cierre, titulado “Sandokan”, invoca un espíritu más misterioso con notas azarosas de fondo mientras Eduardo Gatti vocaliza jugando en un lenguaje inventado, pasando a una sección de balada muy relajada. De pronto, los teclados vuelan a otra dimensión y toman el control total,  lanzándose la banda entera en una euforia rockera empapada en ritmos latinos. Una intensidad única forjada en los rituales que se invocaban en aquellas salas de ensayo, en las sesiones comunitarias de LSD en su hogar en Manchufela, en la agitación de una época que vería un negro y sangriento ocaso. La leyenda cuenta que Gatti encontró las cintas de “Locomotora” afuera de los estudios de IRT en Santiago, botadas en la basura, con las que pudo lograr la edición de 500 copias del álbum en 1974. Después desaparecieron.

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